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Incendio en el vecindario

Hernando Gómez Buendía

30 de noviembre de 2025 - 12:06 a. m.

“Los misiles hacen ruido, pero las guerras se deciden en otra parte”. Esta frase de George Kennan, el cerebro de la Guerra Fría, viene como anillo al dedo ante el mayor despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe desde la invasión de Panamá en 1989.

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Ocho buques de guerra, cazas F-35 en Puerto Rico, drones Reaper, un AC-130 en la pista y más de seis mil militares frente a Venezuela: un espectáculo que parece anunciar tormenta, pero que en realidad anuncia una negociación.

Trump no va a invadir Venezuela. No lo hará por una razón simple: sus propios votantes son los obreros y veteranos de clase baja que ponen los muertos en cada guerra que emprende Estados Unidos. Por eso la mayoría de los congresistas republicanos —y el 75 % de los americanos encuestados— se oponen a una intervención militar en el Caribe. Ocupar un país de 28 millones de habitantes sería una locura peor que las de Irak o Afganistán, el comienzo de otra “guerra interminable” donde, además, no se juegan intereses vitales de los gringos.

Es más. Hace cinco años, la ofensiva de Trump había sido concertada con la oposición venezolana —Juan Guaidó— y sus aliados en América Latina —el “grupo de Lima”—, cuando además Duque se ofreció como cabeza de puente contra Maduro. Esta vez Trump actúa por sí solo, es decir, sin pensar en el día después del bombardeo o destrucción de los aviones y barcos de Venezuela.

El despliegue tampoco tiene sentido como operación antidrogas. Venezuela no exporta fentanilo y poca cocaína hacia Estados Unidos. La interdicción necesita inteligencia en vez de bombarderos, y esas bombas se podrían disparar desde Miami. Lo del “Cartel de los Soles” sirve apenas para pintar a Maduro como un “narcoterrorista” … en fin, usar la flota contra los narcos es cazar moscas con martillo.

En resumen: la operación “Lanza del Sur” no es más que un espectáculo. Lo que no es espectáculo es la amenaza personal contra Maduro, los 50 millones de dólares de recompensa y las operaciones autorizadas de la CIA en Venezuela. En el estilo de Trump, es un duelo —o un pacto— entre dos lideres autoritarios, la misma fórmula que viene usando frente a Putin, Xi Jinping, Kim Yong Un, Khamenei, el príncipe BMS, Netanyahu y, por qué no, Bukele, Milei o —según dicen Marco Rubio y los uribistas— el mismísimo Petro (y su familia). Por eso las bravatas diarias y los anuncios diarios de negociaciones.

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Trump tiene tres cosas que ganar: acceso ilimitado a las mayores reservas petroleras del mundo y a algunos minerales estratégicos; salida de los chinos, los rusos y los iraníes de Venezuela; y el premio Nobel si logra que Maduro acepte nuevas “elecciones”. Maduro puede ofrecer contratos, cooperación en migración, algunas concesiones democráticas e incluso el sacrificio selectivo de figuras del régimen.

Lo que no aceptará es irse sin garantías, y esto nos pone al borde de un magnicidio de consecuencias imprevisibles. Trump puede ganar el pulso, pero juega con candela. Un incendio en la casa del vecino que aquí en Colombia no queremos ver.

* Director de Razón Pública.

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