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La apuesta de Colombia

Hernando Gómez Buendía

26 de abril de 2020 - 12:00 a. m.

Primero la noticia buena: el virus parecer ser menos dañino de lo que se había temido.

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Dicho en palabras simples: todo indica que la inmensa mayoría de la gente no se contamina, o es asintomática, o no muere a consecuencia del COVID-19.

A cuatro meses de iniciada la pandemia, la tasa de mortalidad mundial es 24 por cada millón de habitantes, y ningún país reporta más de 15 por cada 100.000 habitantes. Por su parte, la primera medición confiable muestra que uno de cada cinco neoyorquinos ha sido contaminado, lo cual implicaría una letalidad dos o tres veces peor que la de la “gripe”.

Colombia tiene además la ventaja del retraso en la llegada del virus, es decir, que en principio necesita aguantar menos tiempo para que lleguen los remedios y vacunas. Del otro lado, sin embargo, este retraso implica que la pandemia está apenas comenzando y que aflojar los controles sería desastroso.

¿Qué tan desastroso? No tanto como en África o los países donde la naturaleza seguirá su curso, pero bastante más que en los países industrializados, algunos de los cuales han comenzado a relajar los controles. Esta reapertura gradual de sus economías se basa en elementos que en Colombia son nulos o muy débiles: las pruebas de anticuerpos para saber quién puede regresar el trabajo, la capacidad de identificar y aislar al contagiado y a las personas que hayan estado cerca, los espacios físicos suficientes o rediseñados para evitar aglomeraciones, la disciplina social para guardar distancias, las mediciones epidemiológicas, los hospitales para absorber el aumento inevitable del número de enfermos y, en últimas, el acceso a respiradores o remedios eventuales.

Si en Singapur, Suecia, España, Wuhan o Estados Unidos relajar los controles es peligroso y puede ser prematuro, en Colombia sin duda lo sería aún más y mucho más riesgoso. Parar antes de tiempo significa perder la mucha o poca prevención que con tanto trabajo hemos logrado y resignarnos de una vez a que la naturaleza complete su tarea.

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Este escenario bien puede ser inevitable porque los jóvenes perciben menos riesgo y porque la gran mayoría de los colombianos no pueden mantenerse en cuarentena. Pero el Estado se inventó precisamente para defendernos de la naturaleza, y el gobierno existe para evitar que nuestro drama sea como el que viene en África.

Difícil, o aun insostenible como es, el camino de Colombia sigue siendo aguantar y aguantar a la espera de que lleguen las drogas o las vacunas, y prepararse para comprarlas tan pronto como existan. O por lo menos tener un mínimo de pruebas de anticuerpos, capacidad real de aislar a los posibles contactos, o alguna otra cosa que permita el regreso de más trabajadores sin que esto implique avivar el incendio sanitario que a su vez, en un par de semanas o en un mes, sería un golpe todavía más demoledor para la economía.

No es tiempo —no era tiempo— de que el Gobierno empiece a desmontar la cuarentena.

* Director de la revista digital Razón Publica.

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