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La ira como política

Hernando Gómez Buendía

04 de noviembre de 2023 - 09:00 p. m.

Lo que está sucediendo entre Israel y Gaza pone a temblar los fundamentos mismos de la civilización (y esta no es apenas una frase altisonante).

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En efecto: el edificio entero de la civilización se levanta sobre la base de unos supuestos que son falsos y sabemos que son falsos, pero son necesarios para la convivencia. Basta desnudar estos supuestos para que retrocedamos a la barbarie o, más precisamente, a la brutalidad.

A partir del siglo XVII, el orden internacional se ha basado en la figura del Estado-nación soberano, cuyo supuesto es que la comunidad que ocupa un territorio tiene el derecho de ocuparlo y defenderlo de invasores extranjeros. El problema con este supuesto es que todos los pueblos, desde la prehistoria, se han desplazado a tierras que no eran suyas o que otros también reclamaban, de manera que tuvimos que escoger un momento arbitrario, una especie de “año cero”, a partir del cual se estableció quién era el dueño legítimo del respectivo territorio.

El Estado de Israel se fundó apenas en 1948, sobre un territorio que los judíos habían ocupado en tiempos bíblicos y donde la mayoría de la población era palestina. Este Estado fue una creación del movimiento sionista y las potencias ganadoras de la segunda guerra a través de la ONU, básicamente ante el horror del holocausto. Esas potencias, sin embargo, le entregaron un pedazo de tierra indefendible, y en esa misma noche los ejércitos fantoches y corruptos de cinco países árabes atacaron a Israel, que logró derrotarlos.

Desde entonces hemos vivido un proceso de expansión territorial de Israel y éxodo de palestinos, en una guerra con escaladas, periodos de baja intensidad, negociaciones fallidas y cada vez más asimetría: el poderío de Israel es aplastante.

Entre los palestinos, cada vez más aplastados, surgieron alas radicales, como Hamas, que utilizan esa arma inmunda que es el último recurso de los desesperados: el terrorismo que vimos el 7 de octubre, una expresión suicida de la ira, la Yihad, la ira santa de Alá, la que obliga al adversario a perder todo el pudor, la misma que le ha hecho perder a Israel el arma que los judíos habían utilizado durante siglos de persecución: el arma de la superioridad moral.

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Después de siglos de invocar la historia en su defensa, Israel se niega hoy a hablar de historia y excomulga al secretario de la ONU porque dijo que el ataque de Hamas se produjo en “un contexto”. El gobierno Netanyahu se limita al ataque brutal de este 7 de octubre y a revivir la ira de Yahvé, la irá arrasadora de la Biblia, la que hoy quiere matar a todos los terroristas, aunque para esto tenga que matar a muchos más palestinos.

El derecho internacional y el derecho humanitario, que son una parte frágil de la frágil civilización, son los ausentes de ese choque brutal y asimétrico entre las iras santas de dos pueblos que reclaman su derecho sagrado a una tierra a la cual los demás habitantes de la Tierra le debemos el regalo de la civilización. Y no hay poder, ni hay ONU, ni hay autoridad moral alguna en el mundo que pueda detener este derrumbe. Es muy frágil nuestro mundo.

*Director de la revista digital Razón Pública.

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