La torpeza de Duque

Hernando Gómez Buendía
03 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

No es muy inteligente pagar por algo que uno va a recibir gratis. O aportar una cuota mayor de la que toca.

Esto es cierto también cuando hablamos de cosas que son apenas probables: uno no debe correr riesgos que otros pueden asumir a menor costo y cuando el beneficio para uno sería el mismo.

En este caso el beneficio es la caída del chavismo, que sin duda le serviría a Colombia. El riesgo sin embargo es una guerra en Venezuela que por supuesto incendiaría a Colombia.

Cuando Estados Unidos, Europa y casi toda América Latina están haciendo lo que pueden para tumbar a Maduro, el aporte de Colombia importa poco. Importa en todo caso menos que los daños que Colombia sufriría si hay una guerra en Venezuela. Peor todavía si el gobierno de Colombia ha tomado partido descarado en esa guerra.

Cuando un gobierno responsable se encuentra ante un dilema de esta índole, el presidente y su canciller hacen dos cosas: no decir nada y negociar tras bambalinas con tirios y troyanos para lograr la salida del dictador sin que estalle la violencia. Esta salida puede ser difícil, o impopular, o tal vez imposible. No importa: es la que debe intentar un gobierno responsable.

El presidente Duque y su ministro Trujillo están haciendo exactamente las dos cosas contrarias: hablan hasta por los codos y han roto conversaciones con los troyanos, o los malos, o los amigos de Maduro dentro y fuera de Venezuela (comenzando por Cuba y debido a nuestra torpe exigencia de extraditar a los del Eln).

Claro que Duque y Trujillo son leales a sus ideas políticas y su campaña se basó en ataques al chavismo. Pero este es el problema: ya no son candidatos, ahora tienen que pensar en Colombia.

Claro que la mayoría de los colombianos compartimos la animadversión del presidente contra el régimen dictatorial y criminal de Maduro: por eso su repunte en las encuestas. Pero este es el problema: las crisis de política exterior no se pueden confundir ni manejar con las encuestas. Todo lo cual, si falta nos hiciera, “coincidió” con la autopostulación de Trujillo a la Presidencia.

Claro también que Duque ha dicho que la solución tiene que ser diplomática. Solo que esta diplomacia no consiste en negociar con Maduro o sus aliados, sino en estrechar el cerco de denuncias penales, sanciones económicas y reconocimiento de más países a Guaidó.

Para más desconsuelo, esa presión diplomática no ha sido demasiado inteligente: creer que con 20 camiones de comida se tumbaría un gobierno enardecido y armado hasta los dientes. Traer a Pence para que diga que los gringos y nosotros iríamos juntos a la guerra.

El resultado se está viendo en la televisión: manifestaciones enormes que ya no son de apoyo a Maduro sino de resistencia a la invasión extranjera.

Duque no quiere la guerra, pero lo disimula lo mejor que puede. Y en todo caso Colombia sería la plataforma de los gringos, el refugio de los antichavistas armados, el enemigo de amigos de Maduro como el Eln, el país donde vendrían millones de desplazados, el de los dos mil kilómetros de fronteras abandonadas.

Sí, al presidente Duque el puesto le quedó grande. Ojalá que la Virgen nos haga el milagro de que Maduro se caiga sin más vueltas.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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