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La tragedia del vecino

Hernando Gómez Buendía

12 de agosto de 2023 - 09:00 p. m.

El asesinato de Fernando Villavicencio se estaba gestando desde hace mucho tiempo, pero su muerte no cambiará la historia de Ecuador.

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Lo asesinaron porque podía llegar a la segunda vuelta de unas raras elecciones que, a su vez, son el fruto de la larga cadena de sucesos que llevaron al país a la fragmentación política, la ingobernabilidad institucionalizada, la crisis económica, la movilización indígena y la oleada de violencia.

Recordemos que entre 1997 y 1998 ese país había tenido cinco presidentes, y que tanto Mahuad (1998-2000) como Gutiérrez (2003-2005) habían sido destituidos en medio de protestas. Vino luego el “fenómeno Correa” (2007-2017) cuando, gracias al boom petrolero, la pobreza disminuyó de 37 % a 22 % y la desigualdad (Gini) se redujo de 0,55 a 0,47. Fueron los años de la Revolución Ciudadana o socialismo del siglo XXI, de la Constitución de 2008, del caudillismo y el autoritarismo que todavía hoy polarizan a los ecuatorianos.

Siguió el gobierno de Moreno (2017-2021), heredero convertido en enemigo de Correa que intentó cuadrar las cuentas, se estrelló con los indígenas y acabó por no hacer nada. La consecuencia fue elegir al derechista Lasso, cuyo partido tiene apenas 12 de 137 congresistas, que iba a ser sometido a juicio por corrupto y que entonces convocó las extrañas elecciones que se acercan.

Y cuando digo que el magnicidio no cambiará la historia, quiero decir que infortunadamente las elecciones que vienen no podrán cambiar nada. En las encuestas puntea la candidata de Correa (30 % de intención de voto), el segundo lugar se lo disputan la “ficha” de Moreno, el indígena y el ahora asesinado, seguidos a distancia por otros cuatro fulanos. El punto que interesa es la fragmentación del sistema político que –salvo bajo Correa– ha hecho y hará imposible gobernar al Ecuador.

La ingobernabilidad tiene el aval de la Constitución, porque el Congreso puede destituir al presidente por violación de las leyes o “incumplimiento de sus funciones” –es decir, cuando le dé la gana–. Y el presidente a su vez puede disolver la Asamblea apelando a una figura que no tiene ningún otro país; es la “muerte cruzada” que usó Lasso y de paso permitió el lanzamiento del ahora asesinado.

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Esa ingobernabilidad seguirá atando las manos de quien resulte elegido o elegida en agosto o en octubre, e impidiendo por eso resolver la crisis económica, social y de violencia que sacude a Ecuador.

El petróleo representa la mitad de las exportaciones, un tercio del ingreso fiscal y un quinto del ingreso nacional. Por eso la recesión comenzó al terminar la bonanza (2015), se convirtió en depresión con la pandemia, obligó a aumentar la deuda externa, y con Lasso acabó en un apretón que a su turno aumentó la pobreza (hoy en 32 %). Por eso el paro ciudadano de hace un año.

Y nos falta el narcotráfico. Las nuevas tecnologías de interceptación trastocaron las rutas de la droga e hicieron de Ecuador un punto crítico. Albaneses y mexicanos compran droga colombiana para llevarla a Europa y Estados Unidos. Algunos pagos se hacen en especie y los jóvenes se vuelven criminales. En las calles y en las cárceles se desangran las pandillas. La tasa de homicidios se triplica. Siete sicarios colombianos disparan los balazos. El Estado es más débil y las autoridades no menos corruptas que las nuestras…

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El programa de Villavicencio consistía en una ley de extinción del dominio y una cruzada contra las cuatro mafias del país (las del narco, los contratos, la minera y la política): por eso lo mataron. Su lema ingenuo, sin embargo, ya anunciaba que la cruzada no podía tener éxito, porque no basta un “presidente valiente” para limpiar una sociedad podrida.

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* Director de la revista digital Razón Pública.

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