Las elecciones que vienen

Hernando Gómez Buendía
13 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

Fueron ocho años de Uribe que se fueron en derrotar a las Farc y otros ocho años de Santos que se fueron en negociar con ellas.

Uribe ganó la guerra militar y para eso acabó con el Estado de Derecho. Santos logró que 7.000 guerrilleros dejaran de matar y para eso perdonó medio siglo de crímenes horrendos. En esto se nos fueron 16 años de la historia patria.

La otra cosa que pasó en estos años fue la bonanza minero-energética que nos vino de afuera, que se gastó en corrupción e importaciones que arrasaron la industria nacional, y que se fue dejando al fisco en bancarrota.

Un enorme aparato burocrático, un torrente de leyes imparable y un frondoso sistema electoral que logran muy pocas cosas y lo hacen a grandes costos. Una clase “dirigente” dedicada a trepar y a buscar plata, sin sentido de nación ni de servicio. Un pueblo por lo tanto descreído, confundido, dedicado al rebusque individual para seguir viviendo, manipulado por las maquinarias y los medios al servicio de los ricos para votar cada cuatro años por otro presidente.

En eso ha consistido nuestra democracia: en un desfile largo de gobiernos inútiles. De hecho Uribe fue la gran excepción, el único político que encarnó de verdad un clamor aplastante de la ciudadanía —y que por eso destruyó los partidos—. Los demás presidentes no han sido sino babas.

Por eso ahora que las Farc se acabaron estamos de regreso al mar de babas. Y de las babas salen las elecciones que vienen, sin candidatos que representen nada y sin partidos que les junten los votos. O por mejor decir, con candidatos hechos con sus babas y con partidos que no saben de cuál de ellos colgarse para tener su cuota en el próximo gobierno.

Veamos. El candidato que yo creo menos peor y en todo caso el más probable ganador es De la Calle, por sus servicios comprobados como mensajero del establecimiento frente a Samper, de Gaviria frente a la Constituyente y de Santos frente a las Farc. El segundo opcionado es Vargas Lleras, que sí tiene carácter, pero es el de atarván, y cuya mucha mermelada podría no alcanzarle porque los políticos son todos muy ingratos. El tercero probable es Ordóñez, un tinterillo medieval que sin embargo y por eso tiene el divino apoyo de los moralistas que abundan en Colombia.

Detrás del trío puntero vienen los coroneles. Cristo, Pinzón, Galán y Barreras en la piscina de babas de Santos, que acabarán seguramente en De la Calle. Cárdenas, Ramos y Ramírez con la totuma vergonzante del conservatismo y en busca de un comprador. Los cinco subtenientes del Centro Democrático (Valencia, Guerra, Duque, Holmes y Nieto) en su patético concurso de lambones. La izquierda que no logra sacudirse de las Farc y se fractura entre dos candidatos inviables (Robledo y Piedad Córdoba) y otras dos mezcolanzas confusas (el santosocialismo de Clara López y el popusectarismo de Petro). Más los dos candidatos “decentes” (o sea de la prensa), Fajardo y López, los “verdes” que están verdes y que por tanto no podrían ganar sino a costa de traicionar sus banderas.

Tal vez me faltan nombres. Y en medio de este desencanto y esta confusión, hasta podría imponerse algún aventurero que nos embarque en una sinsalida populista de derecha o de izquierda.

Así que frente a eso y como dije, yo prefiero que sigamos como hemos sido siempre, como un país a la deriva bajo un gobierno inútil.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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