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Lo menos peor posible

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Hernando Gómez Buendía
30 de septiembre de 2016 - 08:25 p. m.
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No más víctimas de las Farc y no más víctimas en la guerra con las Farc.

No más emboscadas, no más asesinatos, no más secuestros, no más petardos, no más niños en la guerra, no más pueblos asolados. No más bombardeos aéreos, no más desaparecidos, no más falsos positivos. No más jóvenes haciéndose matar por ideas que no entienden.

Por eso hay que votar Sí y por eso la gente más sencilla hará que gane el Sí.

Pero este acuerdo y este plebiscito son producto de la misma sociedad, las mismas fuerzas políticas y los mismos dirigentes que causaron medio siglo de esa guerra degradada. Por eso la alegría adolorida y la ilusión desconfiada de la gente, por eso las pasiones disfrazadas de argumentos, por eso la nobleza mezquina de los líderes.

También por eso el contenido del Acuerdo, la votación de mañana, los pasos y las pujas que se siguen.

Se llame o no se llame de “paz”, el de La Habana fue un acuerdo entre un gobierno de centroderecha y una insurgencia criminalizada. El Gobierno tenía la contundente ventaja militar que le dio Uribe, pero las Farc tenían la presión del reloj que fue agobiando a Santos y lo llevó a hacer más concesiones.

Santos quería negociar dentro de la Constitución (por eso De la Calle), y haciendo sólo las reformas que él considera necesarias: en esto se invirtieron los dos primeros años del proceso. Pero llegó el punto duro —los crímenes de las Farc— hasta que Santos se saltó a De la Calle y envió a su hermano a decirle a Timochenko que no habría cárcel, que redactaran un código para pasar bajo el radar de la justicia internacional y que —de paso— extendieran el perdón a los militares, empresarios y políticos.

En resumen: el mínimo de reformas sociales y el máximo de impunidad compatible con los tratados internacionales (por esto último, este acuerdo es menos peor que sus antecesores en el mundo).

En términos morales, el pacto Enrique Santos-Timochenko implicó poner a los victimarios —no a las víctimas— “en el centro del proceso”. En términos jurídicos, implicó salirse de la Constitución (para cambiarla luego por la vía del “acuerdo especial de DIH”). Y en términos políticos implicó reconocer a las Farc la calidad de semiestado que negocia en igualdad de condiciones un código y un aparato de justicia penal.

Así llegamos a la recta final, con el “blindaje” jurídico barroco, los acuerdos impecables sobre desmovilización, y el anuncio sorprendente de que las Farc irían al plebiscito. Santos impuso esta condición porque sólo con ella derrotó a Zuluaga y porque su pulso de verdad es con Uribe: la derrota del No es la de Uribe, y al mismo tiempo esa derrota se debe realmente a que la gente se cansó de Uribe.

Pero el plebiscito es un riesgo innecesario donde el triunfo del No sería fatal para las partes. Por eso las curules y la financiación para que Timochenko lo aceptara. Y por eso los tres seguros eficaces a favor del Sí: la rebaja del umbral, la presión simbólica de una firma prematura ante el mundo y la presión armada de que las Farc regresen a la guerra. Ganará el Sí.

Quedan el Eln, las bacrim, el narco y la violencia urbana. Y queda sobre todo la pregunta de si el espacio que se abre es para el partido de las Farc, para Vargas Lleras, para las maquinarias con sus babosos candidatos o para los campesinos, los movimientos sociales, los ciudadanos sufridos de Colombia.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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