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¿Madurará la relación con Venezuela?

Hernando Gómez Buendía
06 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Venezuela ha jugado un papel fundamental en la política interna de Colombia de los últimos 20 años: el papel de espantapájaros.

Más que los hechos reales o el interés nacional de Colombia, lo que pesó y sigue pesando es el fantasma del castrochavismo, cuyo fracaso le ha servido a la derecha colombiana para ganar elecciones y asustarnos con el petrochavismo.

Ese temor no es gratuito: una dictadura brutal, la industria petrolera destruida, una caída del 90 % en el ingreso per cápita, una inflación astronómica, una crisis humanitaria dantesca y más de seis millones de refugiados e inmigrantes son motivos evidentes para temer que Colombia se convierta en otra Venezuela. Es el temor que alimentan y utilizan los opositores de Petro, por sus desplantes y anuncios de izquierda, un temor que esta semana se acentuó por haberse reunido con Maduro.

El miedo al castrochavismo hizo que Duque fuera presidente de Colombia y ese joven inmaduro razonó que si Maduro era el diablo, el Gobierno colombiano tenía que tratar de derrocarlo. Fue el sacrificio del interés nacional dizque para defendernos de un peligro que en realidad no provenía ni proviene de Maduro: si Colombia repite la historia de Venezuela, es por obra de los propios colombianos, no de un dictador arruinado que ni siquiera puede con sus propios problemas.

Duque y Uribe fueron la ideologización infantil de las relaciones internacionales, el uso puramente simbólico de una política que los países maduros usan con criterios pragmáticos. Las democracias del mundo tienen relaciones comerciales y diplomáticas con Rusia, China, Irán y cuantas dictaduras les convenga tenerlas por razones económicas o geopolíticas; Uribe y Duque en cambio utilizaron a Chávez y Maduro como la mascarilla o el rostro asustador de la izquierda colombiana.

El costo para Colombia fue muy alto: casi completa cesación del comercio, fronteras abandonadas y en poder de las mafias, el Eln y otros grupos criminales acercados al Gobierno de Maduro, Monómeros en el aire, opereta de Duque con Guaidó, displicencias de Washington… y colgada de la brocha cuando Biden decidió que el petróleo era más importante que los derechos humanos.

Por todo eso, Petro tenía el deber y la oportunidad de actuar como un presidente normal: no insultar al vecino, reabrir la frontera, intercambiar embajadores, reiniciar los vuelos y visitar a Maduro eran medidas obvias para volver a la vida real y defender los intereses de Colombia.

Claro está que el Centro Democrático o Enrique Gómez dicen que esta fue “la visita a un genocida de un cómplice de homicidas”: de este discurso vive y seguirá tratando de vivir la derecha colombiana.

Y claro está que con Petro corremos el mismo riesgo, pero esta vez a la inversa. Su embajador Benedetti ha tomado partido en la política interna de Venezuela. El mismo Petro propuso un eje Bogotá-Caracas en temas como la legalización del narcotráfico: sería la alianza con un paria que nada añade y quita mucho a la imagen y al margen de maniobra de Colombia.

¿Será que vamos a pasar de la derecha inmadura a la izquierda inmadura en el manejo de las relaciones de Colombia con el mundo?

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

 

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