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Cada “debate” político y mediático en Colombia se reduce a afirmar que el mundo es blanco o negro, cuando el punto crucial es la gran variedad de los colores.
Pues en el caso del MIRA hay que decir que los partidos de base religiosa tienden a tener tres problemas para la democracia y que son estos problemas —no la religión per se— los que deben evitarse en la política.
Esos problemas son la intolerancia, la indefensión del creyente y el simplismo.
La intolerancia es más propia de las iglesias y “sectas” monoteístas (judías, cristianas, islámicas), donde existe una única verdad, absoluta porque Dios la reveló, y donde todas las demás son “herejías”. Por eso aquí el Estado debe ser confesional (lo es hoy Irán, lo fue Colombia hasta el 91) y por eso, peor, en algo así como el 70% de las guerras civiles e internacionales, la religión ha jugado un papel fundamental. Pero también otros dogmas (el marxismo, el fascismo...) son fuentes poderosas de violencia.
La indefensión del creyente es más intensa en religiones mesiánicas y organizadas, donde los sacerdotes, pastores, rabinos o ayatolás tienen la llave de la vida eterna y, por tanto, un enorme poder sobre los fieles. Para no hablar de horrores como la pedofilia en la Iglesia católica, este es el caso de los votos cautivos o el de los diezmos, que de manera abusiva se utilizan para elegir senadores o enriquecer a líderes “carismáticos”.
El simplismo resulta de reducir la vida pública y la política a un solo tema y un único prisma: el religioso. La agenda de estos partidos consiste en defender la libertad de cultos y la moral tradicional (aborto, matrimonio gay...), a expensas de otros asuntos y sensibilidades. Lo mismo podría decirse de otros partidos (los verdes, por ejemplo, donde sí son verdes) y el problema consiste en que una democracia tiene que navegar continuamente entre valores que tienden a excluirse unos a otros (libertad, igualdad, seguridad, pluralismo...).
Por otra parte, las religiones pueden aportar y aportan a la ética civil y a la integridad de los políticos y funcionarios públicos. Por eso son valiosas para la democracia, por eso hoy ganan fuerza las “teologías de la civilidad” (la del papa Francisco es un ejemplo) y por eso —también— el laicismo rabioso ya pasó de moda.
Hoy el Estado entiende que los ciudadanos tienen el derecho a venerar al dios que escojan, o a ninguno. Los ciudadanos obedecen a su dios o a su conciencia, pero no tienen el derecho de obligar a los demás a que lo hagan (aborto, uniones gay...). El Estado no subsidia a las iglesias (aunque sí a sus proyectos meritorios, como escuelas para pobres o ancianatos). Y las iglesias no abusan de sus fieles.
Que sería lo malo del MIRA. Manipular los votos, evadir impuestos, apropiarse de dineros ajenos, hacer negocios sucios y hasta matar al esposo son abusos prohibidos por leyes del Estado. Abusos que pueden darse y deben castigarse dentro o fuera de un partido religioso como el MIRA.
Hernando Gómez Buendía*
