Son dos vecinos que inevitablemente se contagian sus enfermedades.
Por estos días, el más enfermo es sin duda Venezuela. Gracias a la corrupción e ineptitud de sus dirigentes, este país no ha sembrado ninguna de las bonanzas petroleras que ha tenido desde hace 80 años. La última destorcida fue tan grave que acabó por llevar al poder a un caudillo chapucero que se inventó el absurdo “socialismo del siglo XXI”.
Lo nuevo —y bueno— del invento fue repartir migajas del petróleo entre los pobres bajo la forma de subsidios y “misiones” que le dieron un gran apoyo popular al régimen. Lo malo fue ignorar que el mundo actual es una creación del capitalismo que sólo puede manejarse con capitalismo. Por eso el socialismo fracasó ruidosamente, y por eso Venezuela acabó en dictadura y en toda suerte de insostenibles distorsiones económicas.
El contrabando es fruto de esas distorsiones. Pero el único cambio económico reciente es la devaluación del peso en 65 %, que encareció el contrabando desde Venezuela. Lo de Maduro es entonces un pretexto para seguir capoteando la crisis del régimen, que acabará por caer en unos meses. Y no por obra de una oposición inepta, sino del verdadero y único poder en Venezuela: las alzas o caídas del precio del petróleo.
La enfermedad de Colombia también contagia a Venezuela. Gracias a la corrupción e ineptitud de sus dirigentes, este país lleva décadas de subversión, paramilitarismo, narcotráfico y miseria que cruzan la frontera para causar problemas, muertes y complicidades, que se entroncan con la política doméstica y que en tiempos de Uribe empujaron las Farc hacia las zonas limítrofes y exportaron paramilitares para atentar contra Chávez y Maduro. Pero esto tampoco es nuevo, y por eso la emboscada de hace 15 días no justifica el cierre de la frontera ni el estado de excepción en Venezuela.
Y sin embargo, pese a la alharaca —y al drama humano de los deportados— esta crisis es bastante menos grave que las de épocas cercanas o lejanas. En 1987 estuvimos al borde de la guerra por la corbeta Caldas. Bajo Uribe tuvimos el caso Granda en 2005, los tres cierres por peajes en 2007 y sobre todo las denuncias airadas de Colombia, la movilización de tropas venezolanas y la ruptura de relaciones desde julio de 2010.
Luego vendrían el abrazo de Santo Domingo o la “sesión maratónica” en la que Santos y Chávez restablecieron relaciones en agosto de 2012. Pues esta vez también abundan los mediadores en ciernes y habrá un encuentro “fraternal” con acuerdos de cooperación y desarrollo… que por supuesto no se cumplirán.
Y es porque ni la OEA, ni Unasur, ni la ONU, ni la CPI, ni la CIDH, ni ninguna de las instancias a donde acuden las patéticas autoridades de Colombia (la canciller, el fiscal, el procurador…) quieren ni pueden hacer nada de fondo. Como tampoco servirían las movidas patéticas que con tanto oportunismo ha sugerido cada uno de los expresidentes: Samper, Gaviria, Pastrana, Uribe.
Lo que en cambio tendríamos que hacer es prepararnos para que la caída inevitable del socialismo del siglo XXI no nos golpee demasiado duro.
El autor es el director de Razón Pública.