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El cambio en la política exterior de Estados Unidos puede verse como un regreso al enfoque de competencia después de ochenta años de utilizar la estrategia de cooperación.
En efecto: el orden construido a partir de la II Guerra Mundial permitía o permite que los aliados deriven grandes beneficios de su alianza con Estados Unidos y que este país sea el principal ganador; por ejemplo, sus 31 socios en la OTAN tienen la protección militar de la superpotencia y esta a su vez tiene el mando de otros 31 ejércitos para sus propios propósitos. Lo mismo ocurre con el sistema de comercio o el sistema financiero internacional, diseñados de manera que todos puedan prosperar y al mismo tiempo aseguran la primacía de los Estados Unidos.
Esto es lo que se llama un juego gana-gana, o donde la cooperación genera beneficios para todos. Trump en cambio concibe las relaciones internacionales como un juego suma-cero, o donde una parte gana a costa de la otra parte (es lo que pasa, por ejemplo, en un partido de tenis); por eso Trump ve los beneficios que otros obtienen de los Estados Unidos, pero no ve los beneficios que su país obtiene de estas relaciones.
Ese cambio de enfoque tiene su razón de ser: Trump es la voz de los norteamericanos que han pagado los costos del sistema de cooperación; los que perdieron sus empleos porque otros países producen a menor costo muchas de las cosas que necesita ese país, las familias que ponen los muertos en las guerras, los que añoran la pureza de la raza y para eso quieren cerrar la frontera… Trump no es un accidente: es la expresión de la hondísima grieta que ha venido partiendo a ese país en dos mitades.
Ese cambio de enfoque también explica el rasgo más desconcertante de la nueva política exterior: Trump ataca a los aliados y no a los adversarios de Estados Unidos. Ucrania es el ejemplo más chocante: suspensión de la ayuda militar, cobro extorsivo en minerales de alto valor estratégico, humillación pública de Zelenski, simpatía manifiesta hacia Putin, concesión anticipada del territorio, no garantías de seguridad… Europa marginada de la negociación con Rusia, sus primeros ministros despreciados, apoyo descarado del vicepresidente Vance o del copresidente Musk a los neonazis… y, claro está, la amenaza de aranceles.
Los aranceles precisamente afectan más a los países que tengan nexos más estrechos con Estados Unidos; son las armas perfectas contra los amigos. Por eso la amenaza o la inminencia de una guerra comercial contra sus socios Canadá, México y la Unión Europea, como también contra China, su mayor proveedor —y su mayor rival—. Y es aquí donde saltan las inconsistencias, sinsentidos, payasadas y peligros de la política exterior de Trump.
La inconsistencia que resulta de una sola economía, la sino-americana, que lo amarra a su rival. El sinsentido de pelear con los amigos cuando los adversarios se están fortaleciendo. La payasada de amenazas repetidas e incumplidas, de presidentes lambones y anuncios estrafalarios. El peligro para Estados Unidos de que sus amigos cambien de amigos. El peligro de una guerra comercial que nos haría volver a 1929; de otra guerra, esta vez nuclear, entre potencias que por obra de Trump se están repartiendo el mundo.
* Director de la revista digital Razón Pública.
