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Plan Colombia, un error afortunado

Hernando Gómez Buendía

05 de febrero de 2016 - 02:54 p. m.

"Los colombianos pidieron pan y ustedes les dieron piedras”. Esta frase bíblica del embajador White ante el Congreso norteamericano anticipó exactamente lo que sería una historia de malentendidos.

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Hay que volver a 1998, cuando en Colombia elegimos a Pastrana porque tenía visa y Serpa no la tenía: tras la narcopresidencia de Samper, Andrés fungía como el hombre de Washington para escalar la guerra antinarcóticos. Pero por mediación de Álvaro Leyva, Andrés se reunió con Tirofijo, y en su infinita liviandad creyó que la paz estaba hecha.

Fue el primer “posconflicto” imaginario —y tanto así que antes de las elecciones Andrés propuso su “Plan Marshall” para reconstruir el campo colombiano—. Fueron los panes que le pedimos a Clinton y que los gringos convirtieron en piedras: 692 de los 850 millones de dólares iniciales con destino exclusivo a la lucha militar y policial antinarcóticos. Poco de gasto social. Y lucha cuando más lateral contra las Farc, que Colombia por supuesto comenzó a re-presentar como “narcoguerrilla” (y que desde 1990, a raíz de los errores de Gaviria y de Samper, en efecto se estaba alimentando de la coca).

Pero vinieron el Caguán y Uribe: un país desesperado ante el “Estado fallido” de la época y por ende dispuesto a acabar con las Farc a toda costa. Y sobre todo vinieron Bush y el 11 de septiembre: un gigante agredido y un presidente simplón que ve el mundo en blanco y negro.

Fue una feliz coincidencia, pero también fue el momento más lúcido en la ya larga historia de nuestra deslucida dirigencia: en agosto de 2002 y en el momento de la posesión de Uribe, el Congreso americano aprobó la extensión del Plan Colombia a la lucha contra las guerrillas. La jugada sencilla consistió en re-presentarlas como “narcoterroristas”, así las Farc y el Eln nada tuvieran que ver con el Islam ni con la gran geopolítica.

La ayuda militar de Estados Unidos fue decisiva no tanto por la plata, sino porque nos dio los insumos estratégicos para doblegar a la guerrilla: control satelital e intercepción de comunicaciones que las dejaron inconexas y al desnudo, golpes de inteligencia que diezmaron a sus mandos, dominio aéreo con rapidez y precisión en los ataques, entrenamiento avanzado de las tropas en contrainsurgencia… De esta manera, en cosa de unos años se logró lo que nuestras —digamos la verdad— ineptas fuerzas armadas no habían hecho en medio siglo.

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La izquierda dice que el Plan Colombia deterioró los derechos humanos. Pero no: aunque Estados Unidos ha sido cómplice de toda suerte de horrores, en nuestro caso el Estado mantenía sus propios nexos con los narcoparamilitares. Los gringos impidieron que esta alianza tuviera un final rosa del todo, y le exigieron a Uribe la extradición de los jefes de las Auc. Digamos la verdad: sin Estados Unidos, la impunidad de la derecha criminal (y de la izquierda criminal —caso Simón Trinidad—) habría sido aún mayor de lo que es.

La extradición de los 14 capos fue la oportunidad dorada de los mexicanos, que desde entonces controlan el mercado. Al mismo tiempo, el repliegue de las Farc y la mayor presencia policial disminuyeron las hectáreas en coca y amapola, de modo que a fin de cuentas el Plan Colombia también logró lo que los gringos querían.

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*Director de la revista digital Razón Pública.

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