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Santos, Managua y los votos

Hernando Gómez Buendía

19 de septiembre de 2013 - 06:02 p. m.

Suena un poco brutal, pero el derecho internacional no es derecho.

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Después de todo, “derecho” es lo que decide un juez capaz de hacer cumplir sus sentencias. Y el derecho internacional es, digamos, imperfecto, porque no existe una policía mundial que garantice sus leyes o sus fallos.

Es lo que estamos viendo con las armas químicas en Siria, que por supuesto violan la ley internacional, pero no hay quién lo castigue —salvo si Estados Unidos lo hace en forma unilateral y, por supuesto, ilegal—. Y es lo que Colombia quiere hacer con Nicaragua: desconocer el fallo indiscutible de la Corte de La Haya.

Colombia lo está haciendo tarde y mal. Sobre todo tarde: hace mucho debimos haber denunciado el Pacto de Bogotá para no estar sujetos a la Corte; y a falta de esto, no debimos haber contestado la demanda de Nicaragua en julio de 2003, para que al menos el fallo fuera in absentia. La razón era obvia: uno no va a un pleito cuando no tiene nada que ganar, cuando el mejor fallo posible deja las cosas como están y cuando no hay quien lo obligue a acatarlo.

La culpa entonces es de todos los gobiernos, sobre todo el de Uribe (2003), pero a Santos le toca lidiar con el cadáver. Y lo hace como el país de rábulas que somos: contratando abogados, a falta de fragatas —como harían, digamos, los Estados Unidos—.

Que el fallo es “inaplicable” porque no aclara todos los detalles: pues eso es lo que hay que precisar con Nicaragua. Que viola la Constitución porque el Congreso debe aprobar los límites: pues el Congreso tiene que aprobarlos porque una corte superior así se lo ordenó. Que viola los tratados firmados por Colombia con terceros países: pues Nicaragua simplemente heredó los compromisos que tuviera Colombia con esos países. Que es para proteger la reserva Seaflower: pues Nicaragua y Colombia la deben proteger conjuntamente. Que “zona contigua integral” para la unificación del archipiélago: pues eso no le impide a Nicaragua ejercer sus derechos económicos... como no sea que Colombia envíe sus fragatas para impedir la explotación petrolera.

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Y volvemos al fondo del asunto: Colombia se declara en rebeldía contra un fallo legalmente indiscutible de un tribunal internacional competente. Es el quiebre, realmente “histórico”, de una tradición medular en la política exterior, un recurso al poder del más fuerte y un antecedente cuyas consecuencias tenemos que estar dispuestos a asumir.

Y falta lo mejor —o lo peor—: Santos se envuelve en la bandera tricolor una semana después de su dramática caída en las encuestas y unas semanas antes de oficializar su candidatura a la reelección. Ya logró que los partidos y demás “fuerzas vivas” lo apoyaran, quizás también alcance a cosechar el fervor nacionalista. Pero esto es exactamente lo que hacen los dictadores y los demagogos de muchos países: es otro quiebre histórico en la tradición republicana, la tradición santista, de Colombia.

 

 

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*Hernando Gómez Buendía, Director de Razón Pública

 

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