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El latinajo es tan viejo como Tomás de Aquino: ex ignorantia non sequitur conclusio; de la ignorancia no se puede inferir nada. También decía Aristóteles que la mente humana sufre ante el vacío —horror vacui— y necesita explicar las cosas graves que nos pasan. Por eso, todas las conjeturas, las insinuaciones o las acusaciones recíprocas entre el presidente, los expresidentes, los directorios políticos, los parientes, las directivas de las agencias de seguridad, los expertos, los periodistas, los influencers y las bodegas son versiones interesadas de los hechos. De la ignorancia no se puede inferir nada.
Se sabe sí, por supuesto, que el atentado ocurrió y que hirió de gravedad al senador elegido por el Centro Democrático (CD) y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, nieto del presidente Turbay Ayala. Hay bastante evidencia sobre al autor material del atentado, sobre un posible cómplice y sobre el arma que utilizó, pero ni ahora ni —menos— en el momento de producirse el diluvio de versiones hay o había bases firmes para decir ninguna otra cosa. Y, sin embargo, cada bando saltó a la conclusión que por pura coincidencia está más cerca de sus conveniencias o de su ideología: horror vacui.
La reacción más comprensible ha venido del entorno de la víctima: su familia ve las fallas o habla de fallas en el esquema de seguridad, y desde el CD se ve o se habla de una conspiración para matar a sus cabezas. Y puesto que la víctima es de oposición, el Gobierno, de manera comprensible, ve o habla de un plan para desestabilizarlo. Más aún: dada la historia personal del presidente Petro, es comprensible que vea o arroje dudas sobre los servicios de seguridad del Estado.
Además de ser comprensibles, esas y otras conjeturas tienen tres rasgos en común: que podrían corresponder a la verdad, que convencen a los respectivos partidarios y que se infieren a partir de la ignorancia. No hay ignorancia, en cambio, sobre las declaraciones públicas del presidente, los expresidentes, directorios partidistas y autoridades que venían y siguen intercambiando acusaciones sobre golpes de Estado e incitaciones a la violencia. Todos ellos hablan de cordura y unidad nacional, pero a renglón seguido cada quien añade la palabra insultante, la frase sibilina o la mención del hecho que parece abonar su propia causa. Y a nuestros dirigentes no solo les falta rigor intelectual, les falta altura moral: todos ellos hacen votos por la recuperación de Miguel Uribe mientras canibalizan la desgracia del candidato Uribe.
Ellos —todos— son responsables de la crispación, la polarización, la psicosis de inseguridad y la invitación consiguiente a los violentos para que sigan adelante. Por eso estamos huérfanos. Esta es una conclusión que no se basa en la ignorancia, sino en seguir con atención, con asombro y con tristeza ante el vacío de verdad y liderazgo que deja este episodio.
*Director de la revista digital Razón Pública.
