Al suscribir el acuerdo de cese al fuego, que deberá comenzar el 3 de agosto, el presidente Petro anunció que “en mayo del año entrante se acabará la guerra con el ELN”.
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Y es porque las negociaciones con esta terca guerrilla han progresado más que bajo los gobiernos de Betancur, Samper y Santos, que a su modo nos dieron tres momentos de esperanza en las últimas décadas. La agenda que se anunció en marzo actualiza la que Santos había convenido y los acuerdos de cese al fuego y participación de la sociedad son algo más deliberados.
Cualquier disminución de la violencia es una buena noticia y el cese al fuego se suele plantear además como una forma de construir confianza entre las partes, esta vez separadas por 59 años de guerra y un sinnúmero de horrores. El ELN no aprovechó la invitación de Betancur, ni la Constituyente de 1991, ni el proceso de La Habana y ha mantenido su guerra perdedora: si no aprovecha el primer gobierno de izquierda en nuestra historia y la generosidad de sus ofertas, acabará de confirmarse como una banda de asesinos ordinarios.
Pero la estupidez no tiene límites: ni las FARC, ni el M-19, ni ninguna otra guerrilla tuvieron o han tenido jamás la menor probabilidad de tomarse el poder o de hacer la revolución en Colombia. Su legado no fue más que una inmunda cadena de violencia en nombre de los oprimidos que creían o decían defender.
Por estúpida que sea su pretensión, por criminales que sean sus métodos, el ELN no ha dado muestra alguna de haberse decidido a abandonar las armas. Mientras no exista esta decisión, ningún proceso de paz conduce a ninguna parte. Es lo que el presidente Petro y su comisionado de Paz deberían haber aprendido de 40 años de negociaciones exitosas y fallidas con más de 30 organizaciones armadas: si no hay voluntad de paz, la paz no es posible.
A falta de voluntad de paz, los procesos que se acuerden no sirven en realidad para llegar a la paz. Este, infortunadamente, es el futuro probable de los acuerdos que con tanto optimismo se anunciaron en La Habana.
Primero, porque el ELN no está en guerra con las Fuerzas Armadas, sino con disidencias y otros grupos armados en las regiones donde opera: no será fácil aclarar quién disparó (y este cese en realidad es un alivio para el ELN).
Segundo, porque se siguen negociando los “detalles” de los cuales depende el cese al fuego (protocolos de campo, papel de la ONU…).
Tercero, porque no hay modo realista de que el cese funcione: las tropas se moverán libremente por el territorio, no habrá cascos azules y, sobre todo, cualquiera de las partes o cualquier saboteador podrá romperlo o decir que lo rompieron.
Y cuarto, porque, por eso mismo, el cese al fuego debe venir al final de un proceso de paz: hacerlo antes es crear el pretexto para que alguien dispare y de este modo rompa las negociaciones. Es la experiencia lamentable pero cierta de cuantas guerras se han visto en el mundo.
Yo, por supuesto, quisiera estar equivocado.
* Director de la revista digital Razón Pública.