Publicidad

Un plebiscito político y partidista

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Hernando Gómez Buendía
22 de julio de 2016 - 08:19 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

El fallo de la Corte desmontó el referendo disfrazado que intentaba montar Santos, y lo redujo a lo que Santos decía que estaba proponiendo: un plebiscito.

Aunque en 1957 se había hecho un referendo que aún es conocido como “El Plebiscito”, la diferencia no es de mera semántica: el referendo cambia la Constitución o las leyes, el plebiscito apoya al presidente cuando quiere tomar una decisión que él considera sumamente delicada.

El referendo, digamos, es jurídico, y el plebiscito es puramente político. En este caso ocurre que la política antecede y condiciona lo jurídico, porque si Santos pierde el plebiscito no podrá ejecutar el Acuerdo de La Habana ni entrarán a operar los mecanismos de “blindaje” ante amenazas jurídicas futuras. Dicho en términos más simples: no se podrá cumplir lo pactado entre las Farc y el Estado colombiano.

Esto implica regresar a la guerra, y por lo tanto traslada a cada ciudadano la disyuntiva moral que ha tenido que vivir el presidente: aceptar o no aceptar las concesiones a las Farc a cambio de acabar con su violencia. Es una decisión que exigiría conocimiento preciso de los temas del Acuerdo, argumentos sustentados, y estimativos de valor complejos: el ciudadano ilustrado y la democracia deliberativa que desean los filósofos políticos. La Corte también aspira a que así sea el plebiscito: por eso prohibió las consignas partidistas, por eso permitió que los ciudadanos-funcionarios hagan campaña abierta por el “sí” o el “no”, y por eso ordenó que la plata del Estado se invierta exclusivamente en la tarea “pedagógica”.

Pero esa no es la política real, o en todo caso no lo es en Colombia. En nuestra democracia sin ciudadanía, la votación del plebiscito “en conciencia” será ante todo la expresión de prejuicios arraigados, que los medios de comunicación reflejan y modulan en lo que llaman “clima de opinión” y que las maquinarias movilizan el día de la quema. Es solo que esta vez no estará de por medio el interés personal de los políticos, que por ende no van a activar sus maquinarias, y el plebiscito podría tener tan poca votación como tuvieron la Constituyente del 91 y el referendo de Uribe en 2003 —los dos eventos más raquíticos en la historia de elecciones nacionales en Colombia—.

Por eso el Centro Democrático vacila entre apostarle al “no” o a la abstención. Y por eso la Corte se equivoca al fallar como si el plebiscito no fuera partidista. Es todo lo contrario: el plebiscito es la escogencia entre una paz negociada y una guerra prolongada, que es el único motivo claro de discordia entre nuestros partidos y que durante muchas décadas ha sido el eje de las luchas partidistas.

El plebiscito es la ronda final de la batalla entre el partido de la guerra con las Farc y el partido del acuerdo con las Farc: entre Santos y Uribe. Si gana el “sí” se habrá cerrado el ciclo de 16 años consumidos en el empeño de acabar una guerrilla, Uribe se habrá quedado sin su única bandera y el uribismo será cosa del pasado. Si gana el “no”, prolongaremos este ciclo inútil, y Santos pasará a la historia como el Cameron criollo que se inventó un plebiscito y lo perdió.

No cabe duda: esta será la elección más política y la más partidista que hemos tendido.

*Director de la revista digital Razón Pública.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.