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Todo indica que va a ganar el "Sí", y yo creo que esto le conviene a Colombia. Pero tal vez los columnistas debemos exponer nuestras razones.
La ratificación del Acuerdo de La Habana nos traería cuatro beneficios importantes:
—Se acabarían los homicidios, secuestros y extorsiones de las Farc; este sería el fruto más cierto, más concreto y más convincente para la mayoría de los votantes.
—Disminuiría la violencia política (aunque no disminuyan las demás violencias). La izquierda no seguiría “combinando las formas de lucha” y el paramilitarismo se quedaría sin argumento —o sea que la parapolítica acabaría de salir del escenario nacional (aunque las mafias sigan controlando muchos gobiernos locales)—.
—Habría algunas reformas necesarias en materia de tierras, cultivos ilícitos y apertura política. Estas serían reformas moderadas y además limitadas porque el gobierno tiene muy poca voluntad, menos capacidad y ningún presupuesto para volverlas grandes realidades.
—Los progresistas tendremos una oportunidad y un espacio para empujar la modernización y la equidad; pero ese espacio podría ser copado por los aventureros y los populistas.
El costo grande del Acuerdo es el perdón de los exguerrilleros —más sus curules gratuitas—, así se los suavice o se presenten como “justicia transicional”. Pero la alternativa deseable habría sido meter los guerrilleros a las cárceles, y para eso faltaba este detalle: que nuestra Fuerza Pública los hubiera capturado.
En cambio hubo dos decisiones éticas que pasaron de agache y que a mí me parecen deplorables:
—El esfuerzo concertado de los especialistas en derechos humanos para blindar a las Farc ante la justicia penal internacional, como si ella fuera el adversario, es decir, como si nuestras víctimas no merecieran algo más que los estándares mínimos de la humanidad.
—El perdón paralelo y callado de los militares, policías y civiles que cometieron crímenes “en el contexto del conflicto armado”. Estos sectores no se alzaron contra el Estado ni enviaron sus delegaciones a la mesa, y por lo tanto serán auto-amnistiados por parte del gobierno. Es la mancha moral que no podrán borrarse Santos, Gaviria y De la Calle, así tengan el mérito moral de negociar paz.
Pero la ética no es la política, y los colombianos prefieren ignorar los crímenes atroces que también se cometieron “de este lado”. Les importan apenas los horrores de las Farc, y por eso su perdón o “impunidad” es la razón más seria —y la más convincente— para votar por el “No” en el plebsicito.
Es la razón de Uribe, la que se encarna en Uribe, la que —por eso mismo— va a salir derrotada el 2 de octubre. No porque Uribe tenga la tacha imborrable del perdón regalado de los paramilitares, ni porque así carezca de autoridad moral para exigir justicia, sino porque su pequeñez, su cantaleta y sus distales han acabado por cansar a muchos de los votantes que hasta ayer lo siguieron ciegamente.
Por eso digo que la paz es bienvenida y amarga: bienvenida porque este “Sí” le pondrá fin a una violencia criminal e inútil, amarga porque el proceso confirma la tremenda confusión de los valores de la derecha, la izquierda y la opinión popular en Colombia.
* Director de la revista digital Razón Pública.
