Publicidad

Construir democracia

La Política: Arte y Ciencia (II)

Hernando Roa Suárez
15 de diciembre de 2021 - 05:00 a. m.

Observando el proceso histórico estructural colombiano, lo peor que nos

podría ocurrir en 2022 es facilitar el advenimiento futuro de una dictadura

de derecha o de izquierda. Pensemos, organicémonos, actuemos…

Teniendo en cuenta el momento político colombiano contemporáneo, me inclino a pensar que puede ser útil compartir con los lectores los temas planteados a raíz de la publicación de la tercera edición de mi texto La Política: Arte y Ciencia. Aplicaciones a Colombia. Nos ocuparemos entonces, de los siguientes temas: 1. ¿Por qué las dedicatorias del texto a los presidentes de la República que ejercieron el poder como estadistas éticos y a la Academia Colombiana de Jurisprudencia?; 2. La política como arte. Aplicaciones a Colombia; 3. La política como ciencia; 4. La ética y la política; 5. Algunas propuestas hacia el futuro; y 6. Comentarios finales. Como se comprenderá, estos temas estarán inmersos en los próximos debates políticos y desearía contribuir a la discusión, con esta y las próximas columnas. Iniciemos.

¿Por qué las dedicatorias? Estoy inmensamente complacido de presentar este libro sobre La política: arte y ciencia, desde el interior de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, con las participaciones de su presidente Augusto Trujillo Muñoz, del señor presidente de la Jurisdicción Especial para la Paz, Eduardo Cifuentes Muñoz y de nuestros académicos.

El texto tiene dos dedicatorias: la primera, a los presidentes de la República que ejercieron el poder como estadistas éticos; y la segunda, a la Academia Colombiana de Jurisprudencia. A quienes ejercieron el poder como hombres de Estado éticos, porque las últimas generaciones, salvo excepciones, no han conocido, no han tenido noticia apropiada, de que a lo largo de los siglos XIX y XX, sí tuvimos gobernantes que ejercieron el poder con dimensión de profundidad y pensando en el futuro democrático de nuestra nación.

Ese desconocimiento es tan grave que a lo largo de mis 50 años de aprendiz de maestro, en las 16 capitales más importantes de nuestro país; en sus alrededores y en mis intervenciones internacionales, he escuchado frecuentemente que, especialmente los universitarios, no quieren estudiar ni participar en la política porque, sostienen: “todos los políticos son unos ladrones”.

Frente a ello, Colombia, los Estados Unidos y múltiples países occidentales - tradicionalmente democráticos, - necesitamos recuperar la eticidad y el fortalecimiento de la ciencia, para la práctica y el ejercicio de la política como vocación y como profesión. Estamos en un momento crítico para contribuir eficazmente al fortalecimiento de nuestras democracias, al desarrollo de las instituciones jurídicas y a la construcción de una paz estable y duradera, como es el compromiso específico adquirido por el Estado colombiano en el Acuerdo del Teatro Colón, a partir de 2016.

En este proceso, se me presenta indispensable que acudamos a la historia, para transmitir a las nuevas generaciones fe en Colombia y sus instituciones. No debemos olvidar que, por fortuna, en los siglos XIX y XX tuvimos casos de colombianos ejemplares que consagraron lo mejor de su conocimiento, de sus valores y de su experiencia al servicio de la democracia.

En segundo lugar, este texto está dedicado a los fundadores de nuestra Academia Colombiana de Jurisprudencia porque, a los pocos decenios de haberse institucionalizado nuestra nación con la Constitución de 1821, desde las aulas del Alma Mater de la Universidad Colombiana, que es la Universidad Nacional de Colombia, tuvieron la responsabilidad y la previsión de fundar nuestra Academia para consolidar -al más alto nivel- el imperio del derecho, de la jurisprudencia y de la democracia. Quienes han estudiado la herencia específica de nuestros fundadores, dan fe de su consagración y de su espíritu previsivo, para impedir los regímenes dictatoriales y sus prácticas nefastas.

Ahora bien, el examen cuidadoso de los últimos tres decenios de la América Latina nos indica que hay sombras que atentan seriamente contra el destino democrático de nuestras naciones. Y es precisamente con las armas de la inteligencia, del derecho y de la jurisprudencia, que podemos contribuir eficazmente a impedir que Colombia siga los rumbos en los que han recaído algunos países hermanos.

Recordemos que el presidente Alberto Lleras nos enseñó, a partir de 1957, que Colombia es una nación estéril a las dictaduras. Y nos indicó, con su inteligencia, consagración y honradez, caminos apropiados para impedir la prolongación de la dictadura rojista.

Complementariamente, conocemos las grandes dificultades por las que han atravesado, recientemente algunas de nuestras Cortes y los problemas que tenemos en relación con la organización y el funcionamiento de la justicia y sus instituciones. Sabemos de las graves deficiencias y atrasos existentes en los planes de estudio vigentes en las facultades de Derecho, pero también hemos escuchado -con satisfacción- en el seno de nuestra Academia, los anhelos para contribuir cuidadosamente, a la restauración de la formación de abogados y de juristas que sean capaces de insuflar el amor por el imperio de nuestra disciplina, al lado de los valores democráticos.

Estas son pues las razones de la dedicatoria del texto, que ofrezco al análisis crítico de nuestros académicos y de los magníficos magistrados que, como Eduardo Cifuentes, han permitido indicar -ante el mundo- que en Colombia debe prevalecer el imperio de la justicia y de la ley. La próxima columna estará dedicada a la política como arte.

roasuarez@yahoo.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar