Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“El sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Bolívar, Congreso de Angostura, 1819.
Sobre el pensamiento del Libertador. Pensando en su producción intelectual, se debe anotar que lo mejor de su reflexión política puede encontrarse en el Manifiesto de Cartagena, la Carta de Jamaica, el Discurso de Angostura y su última Proclama en Santa Marta. Amplia comprensión de su pensamiento, ha sido recogida en su correspondencia.
Disfrutemos ahora, analítica y contextualmente y solo a manera de ejemplos, los siguientes aportes del Libertador elaborados en el apasionante intervalo de su vida comprendido entre 1812 (Manifiesto de Cartagena) y 1819 (Congreso de Angostura). Veamos. ’El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados. Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud. Manifiesto de Cartagena - 15 de diciembre de 1812.
“¿Y la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, permite que una vieja serpiente, por solo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está la Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tienen ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido, para ser de este modo insensible?
No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, porque ¿hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad del hemisferio de Colón?
Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo, de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservador y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados”. Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815.
¿Queréis conocer a los autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? Consultad los anales de España, de América, de Venezuela; examinad las leyes de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y del dominio extranjero; observad los primeros actos del Gobierno Republicano, la ferocidad de nuestros enemigos y el carácter nacional. Congreso de Angostura, 1819.
Los últimos años. Observemos vertiginosamente los dos años finales de Bolívar. A partir de la fracasada conspiración del 25 de septiembre de 1828(1), se desarrollan una serie de hechos políticos que debilitan la salud física y la vocación política del Libertador. En noviembre de 1829, se firma el Acta de Caracas que cristaliza la separación de Colombia y Venezuela y se le atribuye a Bolívar “la causa de todos los males”; el papel de Páez y su grupo al respecto, fue decisivo. Para 1830, Quito y Guayaquil se han separado y la Gran Colombia se desintegra.
Su último viaje de Santa Fe a Santa Marta(2) es el patético final de un revolucionario que dedicó su vida y bienes a la causa libertaria de América Latina. Es un final dramático y el ejemplo para la historia es desafiante, aleccionante y magnífico.
Veamos entonces extractos de la maravillosa, imaginativa y polémica narración de García Márquez, sobre el tránsito final del Libertador: “José Palacios, su servidor más antiguo, lo encontró flotando en las aguas depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que se había ahogado. Sabía que ese era uno de sus muchos modos de meditar, pero el estado de éxtasis en que yacía a la deriva parecía alguien que ya no era de este mundo. No se atrevió a acercarse, sino que lo llamó con voz sorda de acuerdo con la orden de despertarlo antes de las cinco para viajar con las primeras luces. El general emergió del hechizo, y vio en la penumbra los ojos azules y diáfanos, el cabello encrespado de color ardilla, la majestad impávida de su mayordomo de todos los días sosteniendo en la mano el pocillo con la infusión de amapolas con goma. El general se agarró sin fuerzas de las asas de la bañera, y surgió de entre las aguas medicinales con un ímpetu de delfín que no era de esperar en un cuerpo tan desmedrado”.
“Vámonos” dijo. “Volando, que aquí no nos quiere nadie”.
“Hasta su desnudez era distinta, pues tenía el cuerpo pálido y la cabeza y las manos como achicharradas por el abuso de la intemperie. Había cumplido cuarenta y seis años el pasado mes de julio, pero ya sus ásperos rizos caribes se habían vuelto de ceniza y tenía los huesos desordenados por la decrepitud prematura y todo él se veía tan desmerecido que no parecía capaz de perdurar hasta el julio siguiente. Sin embargo, sus ademanes resueltos parecían ser de otro menos dañado por la vida, y caminaba sin cesar alrededor de nada”.
“La última visita que recibió la noche anterior fue la de Manuela Sáenz, la aguerrida quiteña que lo amaba, pero que no iba a seguirlo hasta la muerte. Se quedaba, como siempre, con el encargo de mantener al general bien informado de todo cuanto ocurriera en ausencia suya, pues hacía tiempo que él no confiaba en nadie más que en ella. Le dejaba en custodia algunas reliquias sin más valor que el de haber sido suyas, así como algunos de sus libros más preciados y dos cofres de sus archivos personales. El día anterior, durante la breve despedida formal, le había dicho: “Mucho te amo, pero más te amaré si ahora tienes más juicio que nunca”. Ella lo entendió como otro homenaje de los tantos que él le había rendido en ocho años de amores ardientes. De todos sus conocidos ella era la única que lo creía: esta vez era verdad que se iba. Pero también era la única que tenía al menos un motivo cierto para esperar que volviera”.
Llegando al final, le dicta a José Laurencio Silva:
“La América es ingobernable, el que sirve una revolución ara en el mar, este país caerá sin remedio en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas, y muchos otros pensamientos lúgubres que ya circulaban dispersos en cartas a distintos amigos.”
Y concluye nuestro Nóbel:
“No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos”, le dijo. “Yo, que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo”. “No se trata de eso”, dijo Révérend: “Lo que está demostrado es que el arreglo de los asuntos de la conciencia le infunde al enfermo un estado de ánimo que facilita mucho la tarea del médico”.
“El general no le prestó atención a la maestría de la respuesta, porque lo estremeció la revelación deslumbrante de que la loca carrera entre sus males y sus sueños llegaba en aquel instante a la meta final. El resto eran las tinieblas”. “Carajos”, suspiró. “Cómo voy a salir de este laberinto!”. “Examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final(3). Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse”. Invito al lector a reflexionar cuidadosamente sobre el contenido de cada uno de estos párrafos:
“¡Colombianos!
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento.
Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado: mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro á otra gloria que a la consolidación de Colombia; todos deben trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos, obedeciendo al actual Gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando sus espadas en defensa de las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. ¡Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro!”.
Reflexión final. La vida total de Bolívar: El hombre que amó, luchó, sufrió derrotas, se entregó y triunfó; que cometió grandes errores (la entrega de Miranda, el sacrificio de Padilla, la Constitución Boliviana...); que padeció la ingratitud; que fue objeto de admiración, envidia, odio, traición y rencor; que disfrutó el calor humano y las mieses del triunfo; que fue visionario y valiente... es la de un ser humano excepcional. Evidentemente, 188 años después de su muerte, podemos hacer el balance y comprender que su obra emerge y lo presenta como un Titán de la causa libertaria. Bolívar, es “oceánico, construye patrias... fertiliza la realidad”(4). roasuarez@yahoo.com
___
Referencias
1. Generada entre santanderistas y bolivarianos por las diferencias en torno a las orientaciones políticas claves del gobierno, sobre la institucionalización de la democracia.
2. Novelado espléndidamente por García Márquez, “en libro vengativo” (El general en su laberinto), según el propio autor.
3. Muy útil se me presenta visitar el Monumento Nacional, construido en Santa Marta: Quinta de San Pedro Alejandrino.
4. Luis Carlos Sáchica. Exmagistrado de la C.S.J., profesor universitario y columnista de El Espectador.
