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El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!
Jorge Eliécer Gaitán
Continuando con la presentación de extractos sobre el pensamiento de Gaitán, hoy nos vamos a ocupar de: De la escuela rural a la universidad; Por qué se impone el cacique electorero; No creo en el destino mesiánico de los hombres; La restauración moral de la República; El hombre es un ser social; Trabajar con la gente que sepa trabajar; y El pueblo es superior a sus dirigentes.
De la escuela rural a la universidad. La línea cenital de nuestra inquietud ha de ser la Universidad, sustentáculo y siento de las fuerzas orientadoras del espíritu nacional. Universitario desde los bancos docentes hasta la rectoría de una Universidad, permanentemente ligado a ella con un sentimiento de compañerismo que los estudiantes bien conocen y que ahora ha de multiplicarse, nada habrá que esté dentro de mis posibilidades que yo no realice con fervor en beneficio de su grandeza. Hotel Granada 1940.
¡Hay que destruir esas concepciones idolátricas que hacen creer que unos cuantos hombres privilegiados hacen su voluntad a despecho de las masas y de la historia y le dan el triunfo a las revoluciones y a los partidos! La obra del partido liberal jamás podrá explicarse, vindicarse, si no tomamos sus antecedentes, si no rastreamos las antiguas normas y llegar después a regímenes como el de Olaya Herrera, sin menospreciar los subsiguientes como el de Eduardo Santos, porque los partidos que dan a sus gobiernos un sentido simplemente personalista, son caudillistas, pero jamás serán los intérpretes de la democracia. Senado de la República, 1941.
Todos sabemos que la elección municipal es la que atrae más fervorosamente al electorado. Pues bien, voy a dar unos datos elocuentes. Sobre la población masculina de 4’312.763 de ciudadanos mayores de 21 años, existen con posibilidad de voto 2’121.901 y hay expedidas 2’082.690 cédulas, lo que indica que el problema de la cedulación casi no existe. Acepto que hay cédulas viciadas hijas del dolo y del fraude en número difícil de fijar, pero que no es tan grande como para desvirtuar el monto de las expedidas. Y ¿cuántos votos hubo en las últimas elecciones de Concejales? Hubo 800.076, o sea apenas un 37%. Suponiendo absolutamente auténticas esas elecciones; admitiendo que esos ochocientos mil votos no tengan tacha alguna, que se han depositado con excelsitud democrática como en Suiza, lo cierto es que apenas un 37% de los varones está interviniendo en el manejo del país. Es una minoría dirigiendo a una gran mayoría que permanece al margen. ¿Es esta una expresión de democracia funcional? ¿Ese dato alarmante nos puede acreditar como la democracia perfecta de que nos vanagloriamos? Mi conclusión es que en un país donde ocurre este fenómeno desconcertante, los representantes elegidos son apenas exponentes de una minoría dominante que maneja a su antojo a la gran mayoría y ese es uno de los aspectos que el mundo moderno quiere y necesita liquidar. La realidad numérica nos indica que no sólo no se está cumpliendo en el país el principio medular y doctrinario de la democracia, sino que se está violando.
Votar es una función de carácter constitucional entre nosotros, en forma tal que quien no la ejerce está al margen de uno de los principios cardinales del orden institucional aceptado y reconocido. ¿Pero dentro de las modernas concepciones, es posible concebir un derecho que no tenga la correlativa función de un deber? ¿Es posible concebir un de recho que pueda practicarse o dejar de ejercerse, sin miras al interés colectivo o social, como en el caso que estudiamos? ¿Es posible aceptar la actividad de un derecho o la omisión de su ejercicio cuando afecta la vida colectiva, siendo así que la faena individual es apenas un derivado, una secuela dentro del conjunto colectivo en el que el individuo se mueve?
Con el voto obligatorio ya los sufragios estarán logrados por la fuerza coercitiva de la ley; la atracción no podrá hacerse sino por la propaganda ideológica, por el número mucho mayor de gentes obligadas a depositar su papeleta, lo que ya sería un freno a la venalidad electoral. Senado de la Republica, 1942.
Por qué se impone el cacique electorero. ¿No habéis observado cómo desaparecen las desavenencias políticas y se unen en contubernio vergonzante liberales y conservadores en las Asambleas para nombrar sujetos que son los que sostienen la actividad electoral de los partidos?
Entre nosotros los partidos apenas viven al asecho de la hora electoral; su función está reducida a conquistar momentáneamente el voto y no a conquistar permanentemente el alma del pueblo para conducirla en una determinada dirección. ¡Suprimid el voto libre, hacedlo obligatorio y entonces les quitaréis a estos políticos la necesidad de empeñarse en la conquista del voto, ya lograda por la fuerza de la ley, y los obligaréis a ir más al alma y a la inteligencia de las masas!
Hagamos de nuestro pueblo un factor actuante, vinculado a sus intereses vitales, en contacto forzoso con ellos. No lo desvinculemos durante 364 días del año, para ir un sólo día determinado a halagar sus aspiraciones para que actúe en favor de nuestras corrientes políticas.
¡Patria grande tendremos cuando todos estemos obligados a labrarla y construirla por medio de las personas que resulten elegidas en los actos electorales!
¿Cuál es el mejor método educativo para esa parte del pueblo colombiano que hoy no vota y que estaría en posibilidad de hacerlo? Llevarlo a las urnas para que se vaya modelando su conciencia. Senado de la República 1942.
No creo en el destino mesiánico de los hombres. Yo no creo en el destino mesiánico o providencial de los hombres. No creo que por grandes que sean las cualidades individuales, haya nadie capaz de lograr que sus pasiones, sus pensamientos o sus determinaciones sean la pasión, la determinación y el pensamiento del alma colectiva.
No creo que exista ni en el pretérito ni en el presente un hombre capaz de actuar sobre las masas como el cincel del artista que confiere caracteres de perennidad a la materia inerte. El dirigente de los grandes movimientos populares es aquel que posee una sensibilidad, una capacidad plástica para captar y resumir en un momento dado el impulso que labora en el agitado subfondo del alma colectiva; aquel que se convierte en antena hasta donde ascienden a buscar expresión, para luego volver metodizadas al seno de donde han salido, las demandas de lo moral, de lo justo, de lo bello, en el legítimo empeño humano de avanzar hacia mejores destinos.
En frente de este movimiento cuya realización representa el clímax de un largo proceso, algunos podrán preguntarse cuál es la causa que lo ha producido y cómo se ha verificado el hecho insólito de que los poseedores de todas las preeminencias y de todos los privilegios se encuentren solitarios, en tanto que aquellos a quienes suponía solitarios se hallen en tan poderosa compañía. Y no podrán, ni ellos ni quienes traten de encontrar una explicación eventual, hallar otra distinta a la de que él interpreta el angustioso anhelo de mirar hacia el porvenir, con el pensamiento y la acción que agitan a la mayoría absoluta de los hombres que hemos tenido la fortuna de nacer en esta patria grande, noble e ideal.
La restauración moral de la República. Nos ha bastado proclamar que aspiramos a la restauración moral y democrática de la república. Y esa fórmula diáfana y sencilla ha sido entendida por las gentes de Colombia con toda la fuerza real y trascendente que encierra su contenido. La moral, unidad de conducta en el tiempo y en el espacio hacia un fin determinado de civilización y de cultura, se extiende a todas las relaciones entre los hombres, desde los materiales hasta las que se desarrollan en el más alto plano de la espiritualidad.
No es de esperar que los hombres que tienen de la política una concepción simplemente mecánica; que gozan de la sensualidad del mando por el mando mismo; del poder por el poder mismo y de la ganancia por la ganancia en sí, puedan sentirse impresionados por la consideración o el respeto de estos principios, porque su buen éxito depende de la inexistencia de estas normas.
Y así el mundo presenció el espectáculo de un fascismo y un nazismo sostenidos, estimulados y mantenidos por el apoyo de los más afanosos ganadores de bienes con el menor esfuerzo; que hacían alarde de principios socialistas, no porque tal fuera el propósito, sino porque el disfraz servía para el mejor aprovechamiento de las fuerzas renovadoras por la lujuria de su empeño.
El proceso de selección de los escogidos a través de asambleas, convenciones y comités está convertido en bolsa negra de todas las concupiscencias, retrayendo de la política, o sea del servicio público, a quienes por tener profesiones y oficios no quieren arriesgarse en ajetreos para los cuales se sienten cohibidos por la dignidad de su vida.
¿No estamos demostrando a la juventud, con la más práctica y por eso más fecunda de las lecciones, que en política la sinceridad y la verdad no conducen al fracaso? ¿Qué se puede ser leal consigo mismo, que el triunfo en la vida no hay que esperarlo del caprichoso patrocinio de nadie, sino de la propia energía acumulada, cuando la conciencia arde como una llama en permanente holocausto a la verdad? ¿Qué ante la conciencia pública el prestigio de los hombres depende del historial de su propia existencia y no del ensalzamiento o el vituperio dispensados sin acato a una valorización de méritos intrínsecos? ¿Y no es por sí misma una saludable revolución de las variadas costumbres políticas ésta de que estamos dando ejemplo ahora, según la cual la designación de los mandatarios de un pueblo dejó de ser patrimonio exclusivo de reducidas asociaciones que laboran en el camino de la maniobra, lejos de la voluntad popular que apenas simulan respetar?
Las consignas del mundo moderno en administración pública se resumen en la eficiencia y ésta no puede existir sin la organización; y la organización es fruto de un empeño real, decisivo y humano, no producto de la simple enunciación.
Yo tengo el concepto de que la democracia, repudiando la escoria de los ineptos que a su sombra pretenden alimentar su pereza, es un sistema que puede ser más eficiente que la dictadura.
El régimen liberal, según la oligarquía, lo constituyen los actos realizados por el grupo que en determinados momentos detenta físicamente el poder.
El hombre es un ser social. Pero el hombre no es solamente un ser fisiológico, espiritual y económico, sino también un ser social. Todo lo que diga estimular su cooperación, su organización para la defensa de sus intereses, traerá ventajas a la sociedad.
Aun cuando no lo piensen así los espíritus estratificados, para nuestro país como para todos los países resultará siempre perjudicial una formación sindical endeble. La organización de los trabajadores colombianos es incipiente si comparamos la mínima porción sindicalizada con la vasta zona trabajadora sin organización. Y aun cuando esto tampoco lo hayan pensado los espíritus inhibidos por el prejuicio, es a la sombra de organismos sindicales imperfectos o viciados como pueden operar los mercenarios que llevan al seno de los grupos obreros los mismos vicios de simulación, corrupción y fraude que afectan a los políticos profesionales.
Trabajar con la gente que sepa trabajar. Es indispensable que opere en la solución del problema social una recta línea de conducta, estudiada y sincera, que logre progresivamente la justicia para los hombres que, por estar desposeídos, no deben quedar abandonados a una lucha desigual frente a los que ya tienen ganados todos los medios de vencer en ella. Todo lo que he dicho se puede resumir en una sencilla frase: se trata de trabajar con la gente que sepa trabajar. Plaza de Santamaría, 1945.
El pueblo es superior a sus dirigentes. Nosotros, a pesar de lo que se nos diga y de la manera poco bondadosa como se califica a las multitudes que forman este movimiento, hemos dado muestra de poseer una disciplina, una compostura, una serenidad de juicio que ratifica a cada hora y a cada momento un pensamiento inicial mío, base de esta campaña: “el pueblo es superior a sus dirigentes”.
Pues bien: voy a demostrar que el candidato de la Convención de julio, partiendo de esos enunciados, es un candidato ilegítimo y que, por tanto, no es, no puede ser el candidato del partido liberal.
Aquella jefatura, como respetuosamente lo dije entonces, no tenía base legal, pues la Dirección carecía de facultades para hacer esa elección, como no la tiene según todos los estatutos ninguna Dirección y mucho menos una de emergencia. Entonces me retiré y a los dos días salió una resolución sin autoridad de quien la dictaba, suprimiendo la intervención del pueblo en los comicios municipales, que son la base estatutaria de toda la organización liberal. De manera que desde ese momento volvió a quedar violada la legalidad de la estructura del liberalismo, en la más sensible, en la más delicada de las formas. Se violaba única y exclusivamente para que las masas no pudieran intervenir en la formación de los directorios de cada municipio.
En la próxima columna, nos ocuparemos de presentar extractos de La Plataforma del Teatro Colón y una semblanza final.
Bibliografía mínima inicial
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