Frederick Wiseman, el hombre sabio del documental, visitó Colombia por primera vez en 1987. Aparte de la retrospectiva en la que se presentaron algunos de sus largometrajes, Wiseman dictó un seminario acerca de su trabajo.
Explicó la necesidad de mostrar “el lado oscuro” de la civilización; de qué manera términos como “ley” o “ciencia” no siempre sugieren una actitud benévola para sus víctimas —en el caso de la ley— o para los simios maltratados en los laboratorios. “Un espectador de cine”, declaró entonces Wiseman, “podrá tomar decisiones más adecuadas al respecto de su realidad en la medida en que vea un tipo de películas que le permitan un mayor conocimiento de la misma”.
Esa realidad, múltiple y diversa, fue el tema alrededor del que se agruparían, once años después, los asistentes a un seminario internacional realizado en Bogotá: Pensar el documental. Fue el inicio de lo que sería luego la Muestra Internacional Documental, que ahora alcanza sus primeros diez años de generosidad temática y visual.
El repertorio de la Muestra ha enseñado que las historias de la realidad pueden ser tan creativas como la ficción. Incluso mucho más excepcionales o insólitas. Hacen de la pantalla un espejo tanto del realizador como del público que observa sus imágenes. Testimonios que permiten conocer e interpretar el mundo a través de una cámara. Convivir largamente con los personajes hasta conocer la verdad de sus vidas o, al menos, la versión de la verdad que tiene cada vida.
¿Por qué no hay más público para el documental? ¿Más aún cuando el género aventaja a la ficción cinematográfica reciente y a sus rutinas temáticas? ¿Si el talento de los documentalistas hace del cine una semblanza de lo cotidiano y sus misterios, narrado con estilos diferentes y al margen de las imposiciones del mercado?
Durante la inauguración de la 10ª Muestra en Bogotá, el pasado 22 de septiembre, se presentó una película sin precedentes: Más allá del espejo (Jordà, 2006). En esta exploración del dolor y el desconcierto, una mujer que perdió progresivamente la visión a los veinticinco años de edad, recuerda con nostalgia un río. Antes de la ceguera absoluta y cuando ya sabía que se acercaban las tinieblas, quiso fijar en sus ojos el resplandor del agua reflejando el sol. Al vaivén entre la oscuridad, las palabras y el rumor del río, se logra un momento entrañable y conmovedor. Una pieza del ajedrez que confronta al público con los dilemas de la enfermedad, la precariedad del cuerpo y la forma de asumirla cuando todo es inevitable. También la herencia de un realizador, Joaquim Jordà, que murió sin alcanzar a intervenir en el montaje de una película que sirve como legado imperturbable de quien es considerado uno de los documentalistas más notables de España.
Más allá del espejo reveló la plenitud del sentido visual y de la comprensión ante la experiencia humana en situaciones extremas. Una historia, entre tantas, que sirve de argumento para que la Muestra considere estos diez años como la primera década de un evento necesario para nutrir con sus imágenes al público.