Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
‘Conversaciones con mi jardinero’ es la reciente película del director Jean Becker que está en cartelera por estos días.
Al final de todo, la muerte, infalible, cumpliendo la cita, ganando siempre la partida; presente aunque no se vea; muda, con una boca enorme; “cuando la abre, estás dentro, sin saber qué ha sucedido”, le dice el jardinero (Jean- Pierre Darrousin), a su amigo el pintor (Daniel Auteuil), que lo ha contratado para que siembre un huerto en su casa, revelándose una amistad entrañable que surge y alcanza la plenitud hasta que la amenaza del cuerpo maltratado por la enfermedad enaltece la memoria, el pasado y sus recuerdos.
Dialogue avec mon jardinier (Conversaciones con mi jardinero, Becker, 2007), honra la tradición del cine francés, hecho de parlamentos infatigables —¡Ah, Monsieur Rohmer, Monsieur Godard, Madame Varda!— y de su literatura narrada a la manera de un relato visual en la pantalla —de hecho, el guión se basa en la novela homónima publicada por Henri Cueco en 2004—.
Una tradición a la que se suma la imagen de Auteuil, tanto en la película de Becker como en Mon meilleur ami (Mi mejor amigo, Leconte, 2006), dos aventuras sentimentales en las que entabla relaciones que le enseñan la frivolidad de un mundo presumido —el arte de salón y su pretenciosa sofisticación—, por contraste con la sabiduría de la humildad que es un don para el taxista (Danny Boon) en la película de Leconte y para Darrousin dirigido por Becker.
El viejo enfrentamiento de la vida parroquial del campo con el tumulto metropolitano es reciclado para enseñar la distancia entre la percepción del mundo según el entorno de los personajes. La fotografía de Jean-Marie Dreujou contribuye a marcar sus límites: de colores cálidos cuando los amigos dialogan en el jardín y de una frialdad metálica, al menos grisácea, cuando visitan París —conjurada momentáneamente en el museo donde el ojo se recrea ante las pinturas que mejoran la visión y sus privilegios—.
Tras los ejercicios pictóricos con los que Auteuil debe sobrevivir, sin encontrar la forma de su estilo, su pincel se va amoldando a las diálogos que tiene con Darrousin, hasta comprender que no interesa tanto una imagen terminada de manera artificiosa; quizá sea mejor el mundo cotidiano, mostrado con un poco de color para recordar lo que revela un lienzo; algo tan simple como una navaja y un poco de cuerda —“pueden salvarte la vida, no lo olvides”, recuerda Auteuil el consejo de su amigo—.
De un Becker a otro, del padre (Jacques) al hijo (Jean), la herencia se prolonga; de Montparnasse 19, estrenada en el 58 por Becker padre, a las Conversaciones con mi jardinero, se descubren similitudes y diferencias: la biografía del infortunio vivida por Modigliani y narrada en Montparnasse, no se emparenta con la biografía relativamente feliz del pintor encarnado por Auteuil. Es otra época y otra visión. El parentesco cinematográfico entre padre e hijo se revela por el desarrollo y los dilemas que definen a sus personajes; por su interés en comprender, tanto como las pinturas que le sugiere el jardinero a su amigo, las circunstancias narradas de una manera simple, con un poco de color, sin que el espectador recorra otro laberinto diferente al que construyen tramas con el aliento de novelas clásicas donde se inicia, se llega al clímax y se concluye la historia sin mayores desvíos del tema central. Una lección asimilada en las Conversaciones y en sus giros alrededor de la amistad, de sus dones y de las enseñanzas que permiten conocernos a través de otro.
Entrevista con el director francés Jean Becker
¿Por qué la simpleza en el montaje cinematográfico?
Yo pienso que la cosa más importante para el espectador es que se interese en la historia y que no sea perturbado por un montaje ficticio que sólo quiere demostrar. Un montaje debería estar al servicio de la historia y no al contrario.
¿Qué cambió del libro a la versión cinematográfica?
En el libro no existe el personaje del pintor. Henri Cueco escribió este libro en honor al encuentro que tuvo con el jardinero, pero nunca escribió sobre sí mismo. Así que con nuestro guionista, decidimos hacer existir el personaje del pintor, es decir, Henri Cueco.
¿Cómo fue la relación con el autor del libro?
Muy bien, pero yo realmente no trabajé con él. Apenas acabé la película, se la mostré y quedó satisfecho con el resultado.
¿Cuál es su relación con el campo, que siempre es evocado en sus películas?
Vivo en París y me encantaría mudarme al campo. Por mi edad me atraen los ambientes tranquilos y calmados de los lugares rurales. Allí uno es menos atacado por el “parisianismo” y por las cosas que no son necesarias y superficiales.
