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Memorias de un fantasma

Hugo Chaparro Valderrama

05 de febrero de 2009 - 09:26 p. m.

Me llamo Edgar Allan Poe. Nací en Boston el 19 de enero de 1809. Doscientos años antes de que usted lea estas líneas. Fui el segundo hijo de una pareja de tuberculosos.

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Mi padre nos abandonó en 1810. Mi madre murió un año después. Mi abuelo, David Poe, fue un héroe de la revolución americana. Su vida contrasta con la mía hecha de adversidades, tragedias y horror. También soy el descendiente del general Benedict Arnold, un maestro de la traición. John Allan, mi padrastro, era un comerciante escocés, que emigró a Richmond (Virginia), para dedicarse al mercado del tabaco, la venta de lápidas y la infamia de la esclavitud. A pesar de que me consideraba un muchacho excelente, el tiempo y mi afición al juego se encargaron de contradecirlo. Viajamos a Inglaterra y Escocia. Regresamos a Richmond en 1820.

Empecé a escribir poemas. La madre de un amigo fue mi primer amor. Tenía quince años más que yo. Murió loca. Mi segundo amor se llamaba Sarah Elmira Royster. Prometió que se casaría conmigo tan pronto como regresara de la Universidad de Virginia, donde alterné mis lecturas de historia, matemáticas, astronomía y literatura con los duelos, las peleas y el ron. Cuando supe que la señorita Royster se casó obligada con un hombre adinerado y que mi padrastro no cancelaría mis deudas de juego, abandoné la universidad y viajé a Boston. La melancolía lesionó mi cerebro. Me alisté en el ejército. Publiqué mi primer libro. Vendí 50 ejemplares. Comprendí que los lectores son criaturas caprichosas. Pedí la baja del servicio militar con una carta en que mentía, describiendo la muerte de mi madre adoptiva en un incendio. Mi padrastro me odiaba cada vez más. Para él sólo era un holgazán. Ingresé a West Point. Soporté un año su atmósfera vulgar. Aún así, publiqué otro libro, financiado por cadetes de la escuela. A los 24 años gané un premio literario con mi cuento Manuscrito hallado en una botella. Un lector me ayudó a conseguir trabajo en una revista. Me despidieron por mi afición a la bebida.

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En 1836 contraje matrimonio con mi prima, Virginia Clemm, que todavía no cumplía los 14 años de edad. Se trató de una ilusión tan pasajera como el reconocimiento que pude conseguir gracias a mis cuentos y poemas, cuando publiqué la Narración de Arthur Gordon Pym, el mundo aprendió a recitar de memoria El cuervo y me pedían que dictara conferencias sobre los autores de mi época. Tuve una crisis nerviosa cuando Virginia murió de tuberculosis once años después de casarnos. Mis enemigos me acusaron de enloquecer por la bebida. No entendieron que bebía por la locura. Me enamoré de Sarah Whitman. Su rechazo y la incertidumbre de nuestra relación hicieron que intentara suicidarme. Regresé a mi amor de juventud, Sarah Royster, que vivía cautelosamente su viudez en Richmond. Un fracaso. Encontré la muerte en Baltimore a los 40 años de edad. Bebí en una taberna hasta quedar inconsciente. Padecí alucinaciones durante cinco días, postrado en una cama de hospital. Sé que todavía tengo lectores. También que un invento, el cine, se ha nutrido de mis cuentos de manera extravagante. Quizás como mi vida. Insólita. O aún peor.

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