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Hace unos días un amigo viajero, de esos que saltan de un extremo a otro del mundo buscando absorber cultura, pisar geografías, saborear comidas y libar néctares locales, me preguntó qué vinos pedir en su próximo viaje a Grecia.
Pude hablarle, a mis anchas, sobre los aportes de Grecia a la evolución de la tradición enófila, sobre el significado social, espiritual y medicinal que alcanzó la bebida en tiempos de Sócrates, sobre las tensas relaciones de Grecia con los etruscos, que, de todas formas, permitieron trasladar a la península itálica el cultivo de la vid, convirtiendo a ese territorio en Enotria (la Tierra del Vino), nombre con el que se le conoció en la Antigüedad. Pero cuando comencé a mencionarle la complejidad de Grecia en materia de zonas, climas y variedades, me miró con asombro y me preguntó si allí podría conseguir alguna marca “occidental” con la que se sintiera más cómodo. “No se desanime”, le dije, y comencé a barajársela más despacio.
Hay que entender que Grecia fue, conjuntamente con Egipto, uno de los primeros y más importantes productores de vino del mundo. Los orígenes de la tradición vitivinícola griega datan de hace más de 6.500 años y, por eso, no sorprende que, bajo su suelo, se hayan descubierto los restos de uva vitivinífera más antiguos que se conozcan. Y también se han hallado muestras de uva estrujada, es decir, orujo de la que se sacó jugo para producir vino.
Otro aporte trascendental fue el nombre. Durante un par de milenios los pueblos de la Antigüedad llamaron a la vid y al vino con nombres que no han dejado rastro en la memoria lingüística de la humanidad. Los griegos, por fortuna, introdujeron el término oinos u woinos, que dio, a su vez, vida a los vocablos “enología” y “enólogo”, que sirvió de raíz a la palabra con la que identificamos a la bebida en distintos idiomas: wine (en inglés), wein (en alemán), vinum (en latín), vinho (en portugués) y, obviamente, vino (en español). Los griegos también concibieron a Dionisio, el dios del vino, inspirado, a su vez, en Osiris, la deidad egipcia de la misma bebida. Luego, por supuesto, vino Baco, el dios parrandero de los romanos.
Los griegos utilizaron el vino para distintos fines, entre ellos el medicinal. Hipócrates, por ejemplo, lo recetaba para calmar la ansiedad, facilitar la digestión y estimular el sueño. Y todos los historiadores coinciden en decir que el vino fue uno de los principales ingredientes en el surgimiento de la reflexión filosófica. Según Sócrates, “el vino templa el espíritu y adormece las
preocupaciones; no viola nuestra razón, sino que nos lleva a una dulce alegría”. Homero alude en la Ilíada un sinnúmero de lugares donde se producía vino de gran calidad.
Las migraciones griegas por el Mediterráneo condujeron a la fundación de importantes enclaves europeos como Massalia y Xera, convertidas, con el tiempo, en Marsella, al sur de Francia, y Jerez de la Frontera, al sur de España, ambas conocidas por sus bebidas de uva.
Pero como ha ocurrido con las más grandes civilizaciones de la humanidad, la cultura del vino terminó estancándose en Grecia durante siglos, limitando su radio de acción a vinos sencillos y rústicos —en muchos casos dulces— para el consumo local.
Y desde esa época han hecho carrera variedades de uva únicas, sin aparente enlace con las variedades europeas —principalmente francesas— que hoy conocemos. Entre las blancas figuran Assyrtiko, Rhoditis, Robola, Sabatiano, Vilana y Debina. Un dato curioso es que el puerto de Monemvasia fue el punto de partida de la célebre variedad Malvasia, utilizada para elaborar vinos blancos azucarados. Y, entre las tintas, sobresalen Aguiorguitikó, Limnio y Mandelaria.
Desde los años ochenta la vitivinicultura griega ha experimentado una profunda transformación. Ha surgido, por ejemplo, una nueva generación de enólogos jóvenes, globales e innovadores que han incorporado técnicas contemporáneas de cultivo e instalado modernos sistemas de elaboración. Incluso, se han atrevido a importar, de Francia, plantas de Chardonnay, Sauvignon Blanc, Ugni Blanc, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot y Syrah. En algunos casos han mezclado los vinos obtenidos con estas uvas con los mostos preparados con las variedades tradicionales.
En realidad, en todo el territorio griego se cultiva la vid: tanto en el área continental como en las distintas islas. En la zona norte sobresalen zonas como Naousa, Goumenisa, Amynteo, Siatista y Halkidiki. Macedonia es otra región de calidad.
Entre las marcas más conocidas pueden mencionarse Achaia, Claus, Boutari, Kourtakis y Tsantalis. Entre las etiquetas más renombradas a escala mundial sobresalen Anotonopoulos, Doamain Carras, Ktima Gerovassiliou, Gaia y Oenoforos. Son vinos bien logrados, que transportan el espíritu del Mediterráneo.
La cosa, finalmente, no es tan complicada, pero la experiencia puede llegar a ser imborrable.
