Una historia que justamente está en ebullición. Ahora solo falta que los consumidores acojan el nuevo giro y lo hagan propio.
Tras décadas de imitar el modelo del vino europeo, Argentina y Chile ponen ahora la mira en un estilo condicionado a su identidad climática, topográfica, histórica y cultural. Y casi masivamente han optado por un estilo libre, fresco y jugoso, producto de cosechar en verde y no en punto de maduración, so pena —por la alta insolación natural y las mayores temperaturas habituales— de aumentar azúcares, alcohol, intensidad y concentración. Por eso, gracias al encanto del frescor, los vinos australes costeros, de altura y de climas fríos también ganan tracción.
Este ha sido el principal fenómeno identificado por la guía Descorchados 2024, en sus capítulos sobre Chile y Argentina, dos orígenes altamente demandados en Colombia. Detalles sobre Argentina, en la próxima entrega.
Volviendo a la nueva visión, los productores no solo reformulan la elaboración de vinos hechos con las clásicas uvas francesas, sino que acogen variedades mediterráneas y ancestrales, todas ellas miradas hasta hace poco con indiferencia. Casos como Garnacha, Cariñán, Monastrell y País, derivada esta última de la Listán Prieto, primera cepa traída por los conquistadores en el siglo XVI.
Lo habitual en Chile ha sido preferir, por razones comerciales, variedades francesas como Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay y Sauvignon Blanc. Y, del mismo modo, elaborar vinos maduros, concentrados e inevitablemente alcohólicos. Y es aquí donde se siente el remezón.
Los vinos chilenos y argentinos de última generación, según los hallazgos de Descorchados, “hacen la boca agua por la acidez, por el frescor de la fruta, por la tensión de sus texturas; son vinos jugosos y de pureza frutal”.
Además, en un intento por volver al pasado, eligen preservar viejas vides que, de manera natural, siempre han generado vinos de bajos alcoholes y extracciones más gentiles, ideales para pasar la comida y no para ser una comida en sí.
Para Descorchados 2024, un ejemplo del nuevo enfoque es De Martino Cabernet Sauvignon Cuvée 2021, elegido por la publicación como el mejor tinto de Chile en 2024. “Este es un vino que, precisamente, habla de aquellos tiempos y es una excepción en el mundo del Cabernet Sauvignon del Maipo, que parece ir en la misma dirección: concentración, gran cuerpo y gran madurez”.
Aunque las nuevas prácticas den la impresión de ser revolucionarias frente a los conceptos clásicos del Viejo Mundo, lo que conllevan es una forma de mirarse al espejo, reconocer el potencial y las limitaciones del entorno, y hablar con voz propia.
En suma, según “Descorchados” 2024, Chile entiende que no basta con hacer buenos vinos, sino que es necesario tener una buena historia para venderlos.
Una historia que justamente está en ebullición. Ahora solo falta que los consumidores acojan el nuevo giro y lo hagan propio.
* En la próxima entrega, los nuevos caminos de Argentina.
Una historia que justamente está en ebullición. Ahora solo falta que los consumidores acojan el nuevo giro y lo hagan propio.
Tras décadas de imitar el modelo del vino europeo, Argentina y Chile ponen ahora la mira en un estilo condicionado a su identidad climática, topográfica, histórica y cultural. Y casi masivamente han optado por un estilo libre, fresco y jugoso, producto de cosechar en verde y no en punto de maduración, so pena —por la alta insolación natural y las mayores temperaturas habituales— de aumentar azúcares, alcohol, intensidad y concentración. Por eso, gracias al encanto del frescor, los vinos australes costeros, de altura y de climas fríos también ganan tracción.
Este ha sido el principal fenómeno identificado por la guía Descorchados 2024, en sus capítulos sobre Chile y Argentina, dos orígenes altamente demandados en Colombia. Detalles sobre Argentina, en la próxima entrega.
Volviendo a la nueva visión, los productores no solo reformulan la elaboración de vinos hechos con las clásicas uvas francesas, sino que acogen variedades mediterráneas y ancestrales, todas ellas miradas hasta hace poco con indiferencia. Casos como Garnacha, Cariñán, Monastrell y País, derivada esta última de la Listán Prieto, primera cepa traída por los conquistadores en el siglo XVI.
Lo habitual en Chile ha sido preferir, por razones comerciales, variedades francesas como Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay y Sauvignon Blanc. Y, del mismo modo, elaborar vinos maduros, concentrados e inevitablemente alcohólicos. Y es aquí donde se siente el remezón.
Los vinos chilenos y argentinos de última generación, según los hallazgos de Descorchados, “hacen la boca agua por la acidez, por el frescor de la fruta, por la tensión de sus texturas; son vinos jugosos y de pureza frutal”.
Además, en un intento por volver al pasado, eligen preservar viejas vides que, de manera natural, siempre han generado vinos de bajos alcoholes y extracciones más gentiles, ideales para pasar la comida y no para ser una comida en sí.
Para Descorchados 2024, un ejemplo del nuevo enfoque es De Martino Cabernet Sauvignon Cuvée 2021, elegido por la publicación como el mejor tinto de Chile en 2024. “Este es un vino que, precisamente, habla de aquellos tiempos y es una excepción en el mundo del Cabernet Sauvignon del Maipo, que parece ir en la misma dirección: concentración, gran cuerpo y gran madurez”.
Aunque las nuevas prácticas den la impresión de ser revolucionarias frente a los conceptos clásicos del Viejo Mundo, lo que conllevan es una forma de mirarse al espejo, reconocer el potencial y las limitaciones del entorno, y hablar con voz propia.
En suma, según “Descorchados” 2024, Chile entiende que no basta con hacer buenos vinos, sino que es necesario tener una buena historia para venderlos.
Una historia que justamente está en ebullición. Ahora solo falta que los consumidores acojan el nuevo giro y lo hagan propio.
* En la próxima entrega, los nuevos caminos de Argentina.