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Constituyente

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Humberto de la Calle
09 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.
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Sobre la detención de Álvaro Uribe tengo emociones encontradas. Por fuera de las particularidades probatorias, el que una corte tome una determinación de ese tamaño, sobreponiéndose a una legión de presiones de gran calado, supone un entramado institucional sólido en una democracia llena de dificultades.

Pero por otro lado, como ciudadano de un país que trata de preservar su autoestima por encima de vicisitudes sin cuento, no es una buena noticia un presidente preso.

Tampoco debe uno solazarse con la tragedia ajena. Aunque el doctor Uribe me haya sometido a ataques sin nombre sin razón alguna, porque jamás he acudido al insulto, hoy envío a él y a su familia un mensaje de congoja humanitaria.

Como respuesta, el Centro Democrático ha propuesto una constituyente. Es cierto que la justicia padece de graves males. Es cierto que en el 91 nos equivocamos en algunas ilusiones. Es cierto que el camino de su reforma ha sido tortuoso por la maraña de intereses entremezclados. Es cierto que algunos altos magistrados han deshonrado su investidura. Todo ello sumado permitía acariciar la idea de una constituyente limitada para la justicia. Pero, en las actuales circunstancias, algo que hubiese sido una idea posible se ha convertido en un proyecto contrahecho por deformidades genéticas. Por fortuna, al parecer lo que se anunciaba como una criatura envenenada se ha convertido en un aborto.

El procedimiento no es sencillo: una ley, revisión de la Corte, una primera votación con umbrales que para Colombia son altos y una nueva votación para elegir los miembros. Tortuoso camino que terminará enredando aún más la senda culebrera que le ha tocado recorrer a Duque. El presidente con razón se ha separado en este punto de las andanzas de su partido.

Por otro lado, aun con sus defectos, la Constitución de 1991 obedeció a un verdadero milagro: fue un llamado a conjugar una polifonía consensuada cuando habíamos llegado al límite como nación. En vez de acudir al autoritarismo, como suele suceder en estos casos, en el fondo del abismo optamos en hora buena por reflexionar conjuntamente y oírnos los unos a los otros. La constituyente que se anuncia suena más a grito de batalla.

Es cierto que nos avergonzamos como nación de los procederes delincuenciales de unos jueces y altos magistrados. Y que se requieren formas expeditas de enmendar estos desafueros. Pero hay gotas amargas de la propuesta en medio de estas dolorosas circunstancias. Lo que busca es descuajar de raíz una judicatura independiente, compuesta por muchachos de clase media que, salvas esas aterradoras excepciones, se debaten a diario en la búsqueda de una justicia sin privilegios. Una judicatura que entiende el mensaje de solidaridad y equidad de la Constitución vigente. Y todo ello para congelar los procesos de cambio que vive esta nación, en medio de terribles dolores de parto.

Con sus defectos, la Constitución es una guía vigente para la labor colectiva. Bajo la capa de enmendar la justicia, se esconde el deseo de regresar al pasado. Primero fue el Acuerdo del Colón. Ahora es la Constitución la que está en juego, en tanto carta de navegación democrática, incluyente, pluralista.

La tarea es no desmayar en la búsqueda de la paz y defender las conquistas de cara a un fantasma autoritario que ya está en marcha.

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