CIRCULA EN LA INTERNET UN RAbioso documento en el que se sostiene que con la Constitución del 91 el M-19 llegó al poder.
Es decir, que ya se hizo la revolución y no nos habíamos dado cuenta. Coetáneamente (aunque no digo de manera idéntica y ni siquiera relacionada) el Presidente en Barrancabermeja se viene a fondo contra la Constitución; ministros insinúan que en la Constituyente se entregó la extradición; José Obdulio escribe panfletos venenosos contra la Corte Suprema; Plinio, con menos veneno aparente pero con mayor capacidad de daño, alega que en los juzgados y la Fiscalía se pierde una guerra que ya ganaron los militares y Uribe; y juristas cercanos al régimen aprovechan ciertas equivocaciones de la Corte Constitucional para proponer un revolcón que comience con su desaparición y la instauración de un nuevo Consejo de la Judicatura presidido por el Jefe de Estado. Agregue defensa cerril de la clase política, con inmunidad parlamentaria o algo parecido.
No hay que equivocarse. A la Constitución se le pueden hacer reparos y quizás lo mejor es que procediéramos a promover su enmienda los que estamos comprometidos con la obra del 91.
Pero detrás de esto hay una consigna: la de instaurar un país polarizado, excluyente, en el que jueces e izquierdistas sean la antipatria que hay que mantener sojuzgada. Un país dirigido personalmente por Dios, en el que todo sea unanimidad o casi; que camine al unísono, no bajo la protección de los derechos, sino al paso rítmico y ordenado de los deberes. Un país sin drogadictos molestos en la calle, sin intelectuales preguntones; en el que todos cantemos el himno de la patria con devoción ciega y recuperemos la vieja tradición de dejar el gustico para más adelante bajo las sábanas del sagrado vínculo sacramental entre hombre y mujer (cuidado, señorita Antioquia) y en el que, por fin, si no todos somos blancos al menos nos comportemos como tales. Un país en el que la mujer violada se someta a la doble violación del alumbramiento de dañado ayuntamiento, como lo recordó Abad Faciolince.
Es legítimo que de la derecha vergonzante y silenciosa de los ochentas y noventas se haya pasado a una derecha con identidad. Petro habla de dictadura y en eso comete un abuso del lenguaje y una irresponsabilidad. Quiere colocar al país en un dilema terminal: o democracia o dictadura. Creo que la derecha que ahora aparece con más cuerpo es una derecha democrática, aunque uno discrepe de ella. Pero en lo que sí tiene razón es en que quienes creemos en la tolerancia, la diferencia, la inclusión, la libertad y la autonomía de las regiones, debemos defender el centro de gravedad de la Constitución.
En cambio de nuevo se equivoca Petro si cree que él es el eje de esa defensa. Suscita desconfianza.
Hay que congregarse, eso sí, en un movimiento, no para volver a imponer una Constitución que, en su origen, no fue impuesta sino consensuada, sino para conducir un proceso de entendimiento. La idea no es que la oposición se vuelva gobierno, sino que, por el contrario, sin importar quién ejerce el gobierno, sea respetado su papel precisamente como oposición, y en tal carácter concurra a consolidar la fibra democrática, los elementos esenciales del régimen político de derecho.
Un indispensable Pacto de Convivencia.