Digamos que, al principio, el apoyo de Colombia a la candidatura de Claver-Carone a la Presidencia del BID era un error pero tenía cierta lógica utilitaria. El presidente Duque señaló que como el candidato estaba en el corazón de Trump, entonces con su elección vendría una lluvia de dólares que, al robustecer la institución, terminaría beneficiando a Latinoamérica.
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Muchas voces importantes se opusieron. Reclamaron la conveniencia de mantener una especie de pacto de caballeros —de más de 70 años de duración— sobre la repartición del sistema interamericano. Se dijo que la “cuota” del BID sería en adelante para un latinoamericano. Claver-Carone tiene ascendencia cubana, pero no es propiamente un portaestandarte de independencia frente a los republicanos. Simplemente era y es el candidato de la actual administración.
El razonamiento del presidente Duque se basaba entonces en una cuestión de dinero. No es improbable que en la trasescena hubiese un propósito político: elegir un anticubano para robustecer la doctrina Trump en Latinoamérica, libreto adobado por la colonia cubana en la Florida. Porque la elección de Claver-Carone debería ser un golpe a Maduro y a Cuba. En los entretelones estarían los destacados voceros de la colonia en la Florida, con la cual el tercer pájaro de un tiro sería un impulso a Trump en un estado que puede ser definitivo. Cómo será el asunto que Luis Alberto Moreno, que de mamerto no tiene un pelo, encontró inconveniente la previa candidatura de Claver-Carone a la vicepresidencia del Banco. Destacados funcionarios republicanos y demócratas comparten esa opinión.
Pero el tinglado ha cambiado. O al menos parece que puede cambiar. El candidato Biden, favorito en las encuestas, anunció su oposición a Claver-Carone. Si este termina ganando, es posible que la nueva administración termine arrinconándolo a un paraje marginal.
De modo que lo que era, repito, un error ahora puede ser una tragedia si los vientos electorales en Estados Unidos confirman en las urnas lo que dicen las encuestas. De una jugada con un frontis aparente de argucia financiera y un telón de fondo de propósito político en beneficio de la colonia cubana, ahora se ha convertido en un juego de cara y sello.
La reacción de un elenco de líderes de gran tamaño e importancia, incluyendo hasta a Borrell como voz de la Unión Europea, ha sido sensata: aplazar la elección. Es casi obvio. Qué sentido tiene continuar por un camino tan riesgoso a solo días del evento electoral que definirá al presidente del país del norte. Se trata de salirse del juego de cara y sello y esperar a que se decante la situación en la política norteamericana. Suena obvio. Ni siquiera es una reprobación a Trump. Es una simple precaución.
El gobierno colombiano no ha anunciado un cambio de posición. Quizás no lo haga. Ya es tarde. Pesa mucho la maraña de intereses que se derivan de su alineamiento con la Casa Blanca.
El jueves se conoció un nuevo llamado de varios expresidentes pidiendo también no precipitarse.
¿Cambiará el presidente Duque su postura?
Parece difícil. Y en estas turbulencias nuestras, la aparición de un nombre en la lista de esta semana disparará mecanismos que ahondarán el pantano en que nosotros mismos nos hemos metido: Santos. Con Juan Manuel firmando, rectificación ni pío.