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El aprestigiado filósofo Eduardo Pulgar profirió esta sentencia lapidaria: “Llave, el derecho da pa’ to’”.
La frase aparece en una conferencia —telefónica— juiciosamente grabada, en la cual, al parecer, intentaba sobornar a un juez. Que el derecho dé para todo, si bien no es del todo original, sí demuestra una profunda sagacidad producto de su larga experiencia. Resume una aguda observación que aborda el asunto en la perspectiva temporal y espacial. De cómo el derecho, con el paso del tiempo, cada vez da más para todo. Y de qué modo esta situación muestra enorme virulencia en estas tierras.
Su propia experiencia personal muestra que, en un asunto particular, el apotegma de Pulgar resulta acertadísimo. La cuestión del fuero penal.
Primero, en la prehistoria, se decía que el mandamás era irresponsable. Luego, que gozaba de un fuero para ser juzgado por el parlamento. Más adelante, que a los mandamases más pequeños se les remitía a la Corte Suprema. La cosa tenía su lógica. Pero se reventó, cuando apareció la parapolítica. Los incriminados se pusieron su vestido de maromeros. Comenzaron a renunciar al fuero para ir a rumiar sus penas judiciales en pastos más generosos. La Fiscalía se convirtió en el objeto del deseo. Y ahí empezó el baile. Idas y venidas, vueltas y revueltas. Unos “afortunados” lograron el cambio. Otros no. La norma lo que dice es que si el congresista deja de serlo, “el fuero sólo se mantendrá para las conductas punibles que tengan relación con las funciones desempeñadas”. Condimentado esto con sutilezas jurisprudenciales. A una visión amplia de los delitos que siguen en cabeza de la Corte sucedió una más restringida. Se habló de los delitos propios. En el caso de Édgar Eulises Torres se cambió la jurisprudencia y regresó la amplitud. Bastaba que la investidura fuera medio u oportunidad para el delito. Salvamentos de voto de Sigifredo Espinosa y Marina Pulido pregonaron la necesidad de la mayor amplitud. Se habló, incluso, del juez natural que no debía ser reemplazado. En fin, una colección arborescente de marchas y contramarchas. En forma bastante curiosa, coetáneas con decisiones variopintas sobre la duración del término del fiscal cuando llega al cargo en reemplazo de otro. Cuando el prócer Pulgar hizo su solicitud, ya las boletas se habían acabado. La última la tomó Álvaro Uribe.
El grave daño de todo este periplo, si lo despojamos del elemento personal, es que la situación de credibilidad de la justicia ha quedado maltrecha no sé si de forma irreparable. Antes se decía: “La justicia es para los de ruana”. Ahora, con esa prenda boyacense o sin ella, no tenemos garantía de decisiones que sean medianamente creíbles, más allá de si son acertadas. Uribe, cuando concluya su juicio, será inocente o culpable según la brújula de los odios nacionales. Igual Iván Cepeda. No hay la menor posibilidad de lograr un convencimiento, no unánime, pero al menos generalizado. Toca rehacer la justicia y serenar los espíritus.
Coda. Recomiendo la lectura de ¿Un nuevo ciclo de la guerra en Colombia?, de Gutiérrez Sanín. Riguroso y a la vez ameno, afirmativo pero sin dogmatismo. La peor lección, que comparto, es que podemos enfrentar un nuevo ciclo de violencia atroz. Todavía es tiempo de aprovechar el Acuerdo que puso fin al conflicto con las Farc. Gutiérrez saca tarjeta amarilla.
