Pido al lector que me crea que, luego de leer las 46 páginas de las objeciones del gobierno a la ley de la JEP, una simple doble columna mostraría que se trata de un alegato jurídico cuyo objetivo es controvertir el fallo de la Corte.
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Pido al lector que me crea que, luego de leer las 46 páginas de las objeciones del gobierno a la ley de la JEP, una simple doble columna mostraría que se trata de un alegato jurídico cuyo objetivo es controvertir el fallo de la Corte.
El gobierno disfrazó con supuestas razones de inconveniencia la descalificación de una sentencia que en el Estado de derecho es el punto final. Desconoció el arbitraje supremo de la Corte como órgano de cierre, abriendo la tronera para que con base en este antecedente, futuros gobiernos, quién sabe de qué signo político, repitan la maniobra.
Lo que el gobierno objeta no es la ley sino la sentencia.
No exagero. Duque no es un dictador, lo cual contribuye a que este problema haya pasado desapercibido. Por ejemplo, una mayoría de gremios lo apoyó en bloque. Pero a mi juicio no entendieron el problema. Una precipitud de los gremios dando cobijo a un mecanismo de mal pronóstico.
Prueba de ello es esta afirmación: “Los gremios de la producción invitan a las autoridades involucradas en estos procesos, a los partidos políticos y a la ciudadanía a participar en los debates que la decisión presidencial suscita con ecuanimidad, prudencia y alto sentido de responsabilidad social”.
¡Una maravilla! Pero sucede que no estamos en presencia de una simple controversia usual ni la Corte ha actuado como una “autoridad involucrada”. Uno puede criticar sus sentencias. Pero el jefe del Estado no puede intentar desvirtuarlas con el dudoso procedimiento de vestir su alegato con un ropaje distinto. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Da la sensación de que, por alguna razón, el gobierno optó por el camino de Jalisco, que “nunca pierde y cuando pierde arrebata”. ¿De dónde salió eso? Porque es una operación que no corresponde al talante del presidente.
Lo demuestra su primera reacción frente a las objeciones. En febrero de este año, consideró inadecuada la idea de objetar la ley. Dijo: “Yo no voy a entrar a controversias con la Corte Constitucional, tengo una preocupación, pero desafortunadamente esa preocupación no es objetable porque salió del texto”. Sí. Usted leyó bien. No era objetable. ¿Qué pasó para que el presidente cambiara de idea y decidiera recorrer el tortuoso camino que hoy enfrenta?
Conocía a Duque hace décadas. No comparto la idea de que carezca de facultades. Por eso no me explico cómo, en vez de trabajar por metas e ideales de futuro, haya cometido el error de llevar su gobierno al berenjenal en que se encuentra, teñido de pasado y en el laberinto sombrío de violencias que pueden marcar su gobierno. Pólvora en vez de economía naranja. En un año empezará a tener el sol a las espaldas. Su legado comenzará a desvanecerse en medio de policías persiguiendo empanadas, glifosato por los cuatro puntos cardinales y una severa condena internacional. Cierto que ha galvanizado su liderazgo. Un uribista me dijo: Por fin habemus presidente. Pero esto mismo hace que muchas voces de centro se muevan hacia la izquierda. Y que así como la derecha retoma banderas, la izquierda de la izquierda también capitalice la situación. Y su legado de cambio generacional se puede quedar en el tintero. Un tiro en el pie. Un enorme desperdicio.
Apéndice. ¿Qué hará el gobierno cuando ya dos de sus objeciones se cayeron en la Corte?