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Legalidad democrática

Humberto de la Calle

22 de mayo de 2010 - 11:59 p. m.

CURIOSO PAÍS: NADIE CREE EN EL que hace las leyes, el Congreso, y en cambio ahora parece adorar el producto: la ley.

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O sea que nadie conecta al cocinero con la comida. El cocinero, el Congreso, es uno de los organismos más desprestigiados del horizonte colombiano. Apenas rivalizan con él los partidos políticos, pero entrambos a dos son los verdaderos villanos de la vida pública colombiana.

Sorprende, pues, que Mockus obtenga éxito protuberante en las encuestas, convirtiendo la legalidad como el cigüeñal de su campaña, cuando nadie apuesta una higa por el protagonista central de esa legalidad. Es como si el tamal tuviera un pelo y el comensal afirmara que no pertenece al cocinero. Y que, además, el tamal está sabroso.

Porque sí que nuestras leyes tienen pelos inoportunos. Desde las diversas formas de elusión tributaria, pasando por los huecos negros de la contratación pública, circunvalando las excesivas ventajas para los poderosos y aterrizando en el lobby descarado de miles de gremios que se apoderan, ya no sólo de los pasillos, sino del solemne recinto, para apurar leyes que nada tienen que ver con el bien común.

La propuesta no es nueva. Gómez Hurtado hablaba también de la ley, como la columna toral de su proyectado y abortado gobierno. Es algo que dice mucho pero en realidad no dice nada. Porque no basta le ley. Si no hay principios, de nada sirve. Como cuando le preguntaron al coronel Chávez por qué procedía a expropiar otra vez a Radio Caracas Televisión. “Es la ley, compadre, es la ley”, contestó beatífico. Y viene la otra pata: leyes sin jueces cabales son triste subterfugio para la truhanería. Aunque hay que reconocer que Mockus ha anunciado que también su propuesta incluye la mejora de la justicia. Pero esta pobre Temis luce desmirriada y escuálida en esta campaña. En general, lo que se dice de ella en los minidiscursos de un minuto es tan obvio y, a la vez, tan gaseoso, que se parece al algodón de azúcar: ese artificio de los parques de diversiones que parece una enorme mota de dulzura pero antes de llegar a la boca desaparece. Sólo empegota ligeramente las manos.

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Claro que hay que reconocer que Mockus ya no habla sólo de la ley, sino de la legalidad, fenómeno más complejo. Los filósofos que lo rodean dirán que dentro de la legalidad caben los principios, y sobra espacio.

Es otro candidato, Pardo, el que ha acudido al verdadero concepto: la justicia. Allí sí que reside el problema. Y él agrega la noción de una sociedad injusta, que es la que tenemos. Pero la voz del candidato liberal no alcanza.

De modo que ahora la ley causa un extraño furor. Ha sido entronizada con una ilusión que no se veía desde la Revolución Francesa.

Como la gente no es tonta, y Mockus ejerce con probada perspicacia, la única explicación para semejante movilización en torno a la legalidad debe provenir de los bajísimos niveles de civilización a los que hemos llegado. Cumplir la ley, manejarse bien, no robar dineros públicos ni privados son todos atributos elementales. Apenas el estándar de arrancada. Que un candidato logre éxito con ese lema de campaña, sólo muestra cuán bajo hemos descendido.

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