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En su columna en El Tiempo, Florence Thomas hace una defensa del llamado lenguaje incluyente, que busca superar la presencia casi invisible de la mujer en el uso del idioma.
La discriminación femenina es clara. Y se manifiesta aquí y en Cafarnaún. Es particularmente dura en el mundo judeocristiano, pero igualmente aguda en el islam y en las culturas orientales. La sociedad ha asignado moldes culturales que estrechan y sojuzgan el papel de la mujer.
Ya en cuanto al idioma, hay una tradición milenaria que oculta a las mujeres. En el caso del castellano, el uso del masculino engloba en el mismo canasto la inflexión femenina. El caso paradigmático es decir “el hombre” para significar todas las personas. Algunos idiomas dan más cabida al género neutro. Es verdad, como lo dice Florence, que esta no es cuestión accidental. El lenguaje “copia” la visión de la realidad pero, a la vez, la recrea y por tanto la reafirma y perpetúa. Todo esto, para decir que hay un sustento serio en el reclamo contra el lenguaje para que le brinde lugar a lo femenino en un plano de igualdad.
Pero hay que ir con pies de plomo. En efecto, cuando a fuer de legítima exigencia se incurre en exageraciones que retuercen el uso del lenguaje, casi que lo convierten en laberinto lleno de vericuetos hasta el punto de ponerlo en condición de burla o gracejo. El excesivo barroquismo que pregonan como letanía repetitiva algunas mujeres termina más bien produciendo el efecto búmeran.
Llevamos décadas en que la costumbre indica que al comenzar un discurso se dice: “Señoras y señores”. Carlos Lleras puso el “amigas y amigos” como vestíbulo de sus intervenciones. Es claro que no basta. En ese sentido hay que apoyar el objetivo básico que pretende darle sitio apropiado a lo femenino en el largo camino de demolición de una discriminación tan arraigada. Más aún: la batalla que se libra en el terreno del lenguaje deber ser, sobre todo, expresión de la equidad profunda en todos los ámbitos de la vida.
Pero las feministas más adelantadas deben también ser conscientes de que esa evolución profunda, tectónica, se irá reflejando en el lenguaje en la medida en que el terreno de la igualdad vaya tomando raíces estables. Sabemos que el lenguaje influye en la realidad, pero el trabajo de construcción de una arquitectura lingüística, si es aislado de la evolución general de la sociedad, tiene serios peligros. Las feministas ultra deben evitar caer en cierta actitud generadora de una especie de policía de la lengua. Muy malos recuerdos se tienen sobre esas actuaciones autoritarias destinadas a modificar el lenguaje y hasta extirpar ciertos usos de dialectos o idiomas enteros, como sucedió en negras épocas de la historia de España. Remember cómo persiguieron a Joan Manuel Serrat por cantar en catalán.
Otra forma de decirlo: muchos hombres hemos trabajado duro en la adopción y puesta en práctica de actitudes que superen la discriminación que recibimos hace décadas como miembros de la sociedad patriarcal que heredamos. Téngannos algo de paciencia. Creo que Florence sitúa esta materia en la posición correcta.
Coda. Hysteron, útero en griego, le dio el nombre a la histeria. Era pues, de manera equivocada, enfermedad netamente femenina. ¿Qué decir de tanto macho que en nuestra política anda por ahí en medio de arrebatos histéricos?
