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Mientras los altos heliotropos siguen dando vueltas y revueltas sobre la implementación del acuerdo de fin del conflicto, en una especie de realidad subcutánea la sociedad de pata al suelo se está moviendo en la dirección correcta. Es decir, generando verdadero cambio social, esto es, creando tejido de base.
Estuve en Ciénaga (Magdalena) y pude ver esto de primera mano. Con auspicio de USAID-ACDI/VOCA, visité un conjunto de programas exitosos. No son ideas retóricas ni compromisos de Excel. Programas en muy diversas líneas de actividad, pero con el denominador común de buscar la superación del conflicto. Algunos son rutilantes. Por ejemplo, cultivos de café y cacao al servicio de la verdadera paz. Pero no se trata de los viejos esfuerzos, valiosos aunque insuficientes. Aquí confluye la propiedad privada sobre las pequeñas parcelas en manos de campesinos, muchos de ellos víctimas de la confrontación, con una estructura asociativa que asume las tareas de la poscosecha: selección, calidad, mercadeo, exportación, cumplimiento de normas internacionales dentro de un marco de alta tecnología e innovación. De cierto modo es la solución al enfrentamiento entre agricultura familiar y agroindustria. Es una visión basada en el futuro.
El programa de uso del tiempo libre de jóvenes es sorprendente. Expresiones artísticas, la danza entre ellas, de altísima calidad. Esto no solo es un gran salto en términos de superación y autoestima, sino que es una manera de evitar los peligros del ocio descontrolado y generar puntos de encuentro en esta sociedad fracturada. En mi campaña de 2018 propuse el servicio social, de la mano del desmonte del servicio militar. Sucede que si bien la educación privada ha dado enormes satisfacciones, también ha contribuido a reforzar un sistema clasista que ha fracturado la sociedad. No hay punto de encuentro. El general Santander lo entendió bien. Generó un esfuerzo notable para promover la educación pública, educación para todos, como eje de la nacionalidad. Esto ha tenido sus altibajos y ahora está en un mal momento. La actual ruptura social tiene pocos antecedentes. El servicio social es la manera de llevar a los jóvenes a conocerse, integrarse, respetarse en la diferencia, entenderse como seres humanos por encima de los muros sociales que hoy son fronteras no solo infranqueables sino violentas.
De paso, una remuneración realista acomodada a la realidad fiscal no solo contribuye a superar la falta de ingreso de los muchachos, sino que tiene una ventaja filosófica sobre los subsidios desnudos: su ética es la retribución del trabajo, un trabajo altruista que es uno de los elementos que nos hacen falta como sociedad.
Estos mismos ejercicios se ven en otros lugares de Colombia. Pero de todos ellos llega la información de un aumento de la presencia paramilitar. La respuesta del partido de gobierno es simplemente culpar a la anterior administración. Es verdad que los cultivos ilícitos han crecido. También es verdad que esta tendencia no se ha podido doblegar y que aparecen nuevos desafíos: aumento de la productividad de la coca y aparición de cultivos difusos, mimetizados en medio de cultivos diferentes en zonas no cocaleras. No basta con limitarse a culpar. Tampoco basta comportarse como si el gobierno Duque no hubiese existido. Como si fuese un gobierno entre paréntesis.
