Las ideas ahora son remedios. El proceso ha sido este: con la Revolución francesa y su hija, la Ilustración, la libertad impregnó la reflexión política. Esa libertad necesitaba la no libertad, la autocracia, como fuente por contra de su propia naturaleza y, de paso, de su energía. Había que estar contra Luis XVI. Y luego contra el nazismo y el fascismo. Ahora, la posverdad ha llevado al ser humano a navegar en mares de información confinada a los caracteres del tuit. Una mezcla de banalidad —que de ser simple empaque se ha convertido en esencia—, apresuramiento y fugacidad. La velocidad de una información tras otra ha convertido la reflexión en un simple apéndice. Vale más el logo, el símbolo, la disrupción.
Óscar Iván pretende reemplazar su autoritarismo con la imagen, que él supone amable, del baile contorsional. Y, de paso, mostrarse joven sin serlo. Empieza mal una campaña cuyo primer paso es la ficción. Petro abriga propuestas liberticidas de pastores trogloditas, basadas en la destrucción de identidades sexuales diversas. El argumento es: si soy tolerante, ¿por qué no puedo acoger a los intolerantes? Es un truco de feria solo para captar votos. La Coalición de la Experiencia magnifica el eficientismo de ferroconcreto, cachucha incluida, para borrar cualquier intento de articular una propuesta completa de sociedad. Solo Peñalosa ha buscado equidad aun en el cemento. En el CD, el franco uso de la autoridad desbordada contra enemigos fantasmagóricos es la esencia de un proyecto que se basa en acabar con enemigos oníricos. A la hora de la verdad, esos enemigos son simplemente los excluidos de siempre, y su paraíso es que todo cambie para que nada cambie. Proclama que la tierra prometida ya llegó. Ya no hay cupo. Los demás, a recibir calladitos los subsidios. Todo eso, repito, creando realidades informáticas que se sustituyen una tras otra sin dejar huella, cabalgando solo en impresiones emocionales sin anatomía. Es la pura fisiología del espejismo.
¿Cuál debe ser la respuesta?
Cuando un grupo político propone reflexión se le tilda de aburrido. Aburrida la vida de los niños ombligones por desnutrición en las marismas de Tumaco. Y, de paso, si busca asentarse en valores de igualdad, fraternidad y solidaridad, se le tilda de añejo.
Es un virus de variante importada. El libertarismo de Trump ni siquiera tiene la visión romántica del anarquismo que era la plenitud de la vida sin Estado. No hay que equivocarse. Solo busca el predominio de un macho alfa cuya justificación es esta: Soy no porque soy, sino porque puedo. Porque soy más berraco que vos. Plomo es lo que hay. Fico por ahí.
El camino sigue siendo una ruta alejada del ilusionismo. Biden lo ha logrado. Las fuerzas de la razón deben persistir. Sin caer en la libido del espectáculo vacío. Sin carne, más parecido a una fiesta loca de adicciones alucinantes. Debe evitar la tentación de creativos que proponen combatir falsas ilusiones con ilusiones aún más hipnotizadas.
No digo que la emoción no juegue en la política. Un político no tiene por qué tener cara de Schopenhauer. Tiene que diseñar un más allá ambicionado. Un territorio de igualdad, solidaridad, reconocimiento de la diferencia y, en el caso de Colombia, abierto a la reconciliación.
El desafío es que la emoción provenga de un matrimonio con la razón. Mejor que un payaso, un juglar.