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¿Qué es un mico?

Humberto de la Calle
13 de junio de 2009 - 05:36 a. m.

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LA MEJOR PRUEBA A FAVOR DEL darwinismo es la evolución asombrosa del mico legal en Colombia.

Por allá en los sesentas, el mico era un pequeño animalito que aparecía súbitamente en el frondoso ramaje de los proyectos de ley. Sin ninguna ilación con el tema que se debatía, en cualquier fría madrugada capitalina, un honorable introducía un texto que, a pesar de ser un cuerpo extraño, alcanzaba en un santiamén la solemne categoría de ley de la República.

Las primeras manifestaciones de la especie se reprodujeron en el fértil territorio de las dietas parlamentarias. Si mi memoria no falla, el honorable Morales Ballesteros se especializó en deslizar el animalito. Sincrónicamente presentaba el alza de los sueldos parlamentarios valiéndose de las leyes más ajenas al asunto.

Hubo que forjar un sistema automático de reajuste de los salarios de los honorables para tratar de extinguir la perversa alimaña. La Constitución también atacó la plaga.

Pero fue peor. La especie fue migrando a terrenos más peligrosos. En los pasillos del Capitolio se fraguaban a diario exenciones tributarias, indultos, rebajas de penas, palos de rueda a la extradición y amnistías generales.

Pero en cierto momento vino una mutación brutal en la especie, parecida a la de la gripa porcina (con perdón de los marranos). Se comenzó a llamar mico a todo aquello que no le gustaba al que difundía la noticia. Los congresistas llamaban a los periodistas a las 6 y 30 de la mañana para denunciar un mico. Sencillamente el denunciante no estaba de acuerdo con la iniciativa, y hasta razón tendría, pero prosperó el juego semántico. Como el mico era ya una figura desacreditada, el truco era fácil: llamar mico a todo aquello que uno no compartía. Y los titulares incautos anunciaban de manera rimbombante: descubren mico en el trámite de la ley. La misma razón por la cual a los judíos conversos se les llamaba marranos.

Para completar, el mico comenzó a sufrir de acromegalia: simio, chimpancé, orangután, hasta llegar, hace poco, por cuenta del congresista Leuro, a la denominación de King Kong que utilizó alguna revista semanal.

Lo de Leuro es tremendamente discutible, y seguramente una mala idea, pero no es un mico. Es una iniciativa destinada a permitir que las excepciones a la inhabilidad vitalicia por condenas penales se amplíen con paramilitares y guerrilleros que concluyan un proceso de paz. El tema venía siendo tratado, por lo que no tiene nada simiesco. Lo que debería dar lugar, eso sí, es a una discusión profunda. Se cayó en la trampa de señalarlo como mico, que es la mejor manera de no tener que discutir.

Lo que implica la propuesta de Leuro es un asunto muy serio: ¿Ha excluido la sociedad colombiana del beneficio de la amnistía, con carácter irrevocable, algunas conductas atroces? ¿O en el fondo del alma, todas esas normas que impiden el perdón para el secuestro, los crímenes de lesa humanidad y otras conductas gravísimas, son apenas instrumentos de negociación, a sabiendas de que, por ejemplo, si las Farc dejan las armas va a venir un indulto general?

La discusión es insoslayable. No puede perderse simplemente en la ligereza de titulares superficiales.

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