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CUANDO EL PARTIDO LIBERAL TO- mó la decisión de abandonar sus principios y apostarle al poder burocrático, cometió un serio error histórico. Muchos advirtieron el peligro de ese camino.
Pero como el liberalismo siguió ganando todas las elecciones, hasta el punto de que la carrera presidencial parecía más bien una primaria interna, su dirigencia creyó que la fortuna le sonreiría siempre. En la Constituyente, con el propósito de abrir la política y destrabar un sistema preso del bipartidismo ciego, se tomaron decisiones que afectaron el Partido Liberal. Pero esto sólo se logró porque sus propios errores habían comenzado a cavar su tumba. Me lo dijo con claridad Antonio Navarro, a la sazón copresidente de la Asamblea: “La Alianza M-19 necesita la segunda vuelta, la financiación estatal, el apoyo a grupos no partidistas y la apertura política, no para que yo sea Presidente, sino para que nuestro partido entre a ser protagonista y pieza necesaria en la democracia. Sin puestos ni contratos, el liberalismo se cae”.
El clímax de esta carrera descendente tuvo lugar en las pasadas elecciones, cuando por vez primera el Partido Liberal no tuvo gasolina para acudir a la segunda vuelta.
En ese momento, el liberalismo era ya un cuerpo en agonía. Se mantuvo vivo, gracias a la presencia de César Gaviria que, habiendo podido quedarse en la diplomacia supranacional, prefirió volver al barro de la política local, donde, si algo faltara, le esperaba la agria discusión con un Presidente tan poderoso como Álvaro Uribe. Pienso que no sólo el Partido Liberal, sino la democracia colombiana, le deben mucho a Gaviria. De paso, transcurrida la tormenta reciente, aparece ubicado en el más alto puesto de los ex mandatarios vivos, según la investigación de la Fundación Liderazgo y Democracia que dirige Álvaro Forero.
Ahora el liberalismo ha encontrado un nuevo espacio en el gobierno de Juan Manuel Santos. La invitación a formar parte de la Unidad Nacional acompañada del señalamiento de algunos temas vitales para que sirvieran de escenario a la resurrección liberal, como la ley de víctimas y la cuestión agraria, le ha dado nueva vida. A su vez, esta jugada proporciona una malla de protección al Gobierno frente a hipotéticas crisis con el uribismo puro y duro.
Un elemento central de esta recuperación es que Rafael Pardo, su presidente, entendió el mensaje histórico. En vez de aprovechar el llamado de Santos para agenciar cuotas clientelistas, logró disciplinar a su gente y limitar su colaboración a cuestiones programáticas. Que Pardo obrara así, no es raro, por cuanto corresponde a su talante. Pero que lograra alinear a sus seguidores para que contuvieran la sed de nombramientos y contratos, después de doce años de travesía por el desierto, es un verdadero milagro.
Pues ahí está el liberalismo contribuyendo como voz importante a la gobernación de este país. Y su jefe, Pardo, a quien le criticaron su falta de histrionismo, es ahora un personaje central.
Un nuevo elemento es la posible alianza con Cambio Radical. En una primera etapa se han unido en el Congreso, lo que les permitirá formar la bancada más numerosa. Después, seguramente, vendrá la unión plena.
Ojalá no desvié de nuevo el camino y logre mantener vivo el espíritu liberal tan vapuleado recientemente. Pero que lo haga con seriedad, sin caer tampoco en el populismo.
