Ya se dijo: que valdivieso apoyara a Serpa, tiene su picante. Se dice que el ex fiscal tuvo sus razones y debieron ser serias. Pero el asunto posee su toque de gracia.
Lo que no se ha dicho es que, desde las entrañas del proceso 8.000, ha reingresado a la palestra el ex congresista Tiberio Villarreal, condenado por recibir dinero del cartel de Cali, para fungir ahora como el mayor detractor de Serpa.
La historia se conjuga a veces en clave de ironía. No deja de haber cierta belleza artística en esta situación paradójica. Si Dios existe debe ser un humorista.
Contra el sentimiento convencional que ve a Serpa como un terco monotemático que hace mucho debió dejar la política para dedicar su vida a lamer sus nietos, a mí por el contrario me produce cierta ternura ver a este abuelo luchando a brazo partido por ganar alguna elección. Es patético pero, a la vez, edificante.
Serpa fue víctima de la crisis política que desató el dinero del cartel de la droga en la campaña. Tomó para sí el camino de una lealtad que excedió todo el límite hasta su desfiguración, y fue esa lealtad demasiado ciega la que finalmente destruyó su carrera presidencial cuando se le convirtió en un fardo que hubiera derrumbado hasta los hombros de Atlas. Si Rodrigo Pardo habló de un piano, Serpa debió sentir una pirámide.
Transcurrido todo esto, casi olvidados los ataques de que fui víctima por haber renunciado a la Vicepresidencia, siento hoy más bien una cierta solidaridad con Serpa. No se ha escrito la historia de los perdedores. No se sabe si la victoria en Santander le sirve como “linimento para sus grandes males”, como dice la canción de carrilera. Es una victoria menor, pero algo es algo.
Pero de la tragedia ahora pasamos a la opereta. El señor Villarreal echa mano de un formalismo inicuo y seguramente inocuo para desconocer el triunfo de Serpa.
Ni siquiera sabíamos que Serpa tenía un hermano en la Procuraduría Agraria. Es más, ignorábamos hasta que existía esa noble repartición del Ministerio Público. Para que ahora venga a decirse que su amplísimo triunfo electoral fue producto de las huestes multitudinarias que hacían parte de la nómina fraterna, o que el Procurador Agrario de Santander volcó todo su presupuesto catedralicio en beneficio del llamado de la sangre. Es un chiste de mal gusto. Un chiste de origen oscuro que no puede prosperar. Una maquinación que merece esclarecimiento porque sus gestores reales deben estar encubiertos bajo el manto de un anonimato sospechoso.
El Consejo Electoral tiene que entregar la credencial a Serpa, puesto que carece de competencia para decidir sobre inhabilidades. Y el Consejo de Estado, en su momento, debería decir que la menguada autoridad del Procurador Agrario no tiene la capacidad de entorpecer los resultados electorales.
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El Metro de Bogotá debe ser producto de frías decisiones técnicas y financieras. Si se puede hacer, se hace. Si no, no. No puede caer en el ping pong de la política. Ni el Presidente huyendo de la acusación de haber dejado a Bogotá con los crespos hechos, a diferencia de Medellín. Ni Samuel comprando un seguro para que, si la cosa fracasa, la culpa sea de Uribe. El Presidente debe sentarse con Moreno. Y encauzar una decisión por el camino de las cifras y la conveniencia ciudadana, lejos de la batalla mediática. La campaña terminó.