El señor Chávez ha dispuesto que si decimos que los farcos no son terroristas, dejarán de serlo. Vana ilusión.
Dijo el poeta: “La rosa, si la miras, es más rosa”. Pero lamentablemente esta técnica no aplica a las Farc. Por cuenta de la inaceptable intromisión del presidente de al lado, hemos caído en el más bizantino nominalismo. Si alguna lógica tuviera el discurso de Chávez, debería ser la lógica inversa. Si las Farc dejan de secuestrar, atentar contra la población civil y cometer todo tipo de crímenes de guerra, entonces podrían aspirar a dejar de lado el rótulo terrorista. Primero los hechos, luego el nombre. Y no al revés.
Ahora nos han salido multitudes de pensadores inteligentísimos a explicarnos cuál es la diferencia entre beligerancia y terrorismo. Mientras más sabias sus enseñanzas, más inútiles.
La pregunta central es cuántas castraciones aguanta el perro. Belisario descubrió las causas objetivas de la violencia, y nos demoramos 30 años en desmontar la teoría. Entre tanto, las Farc duplicaron sus frentes. Con Gaviria nos dedicamos a trabajar en el cese del fuego. Y nada. También con Pastrana hicimos la apuesta máxima en la misma dirección del “ya casi”, “la paz se viene”, y el resultado fue decepcionante. No es hora de actuar como la esposa maltratada, casada con un rufián juerguista y miserable que con cada ramo de rosas entregado a la madrugada, después de una noche turbulenta, se dice esperanzada: “Ahora sí que mi marido se va a corregir”.
No es que el diálogo sea desdeñable. Pero su pertinencia proviene no de las coordenadas librescas sobre las condiciones y consecuencias del reconocimiento de parte beligerante. “Si son parte beligerante, deberán cumplir con el derecho humanitario y dejarán de secuestrar”, dicen los sabios de biblioteca. ¡Por Dios! Lamentablemente, el elemento central de esta discusión, al día de hoy, no está en la teoría. Las respuestas jurídicas obedecerán a modificaciones en el campo militar. ¿Qué determinará que las castraciones anteriores no se repitan? No es la erudición, sino los hechos ciertos provenientes, lamentablemente, del desequilibrio militar. Es aquí donde debemos juzgar si las Farc están preparadas para entender que su suerte está afincada en la negociación.
Equivocarse en esto, será fatal. Caer en el ingenuismo voluntarista de quienes piensan con obtusa mentalidad pavloviana que si se les da un gesto, una apertura a las Farc, ellos, buena gente que son, van a responder con una escalada negociadora, puede ser la más grande equivocación de nuestra historia reciente.
Diálogo sí. Pero no en las condiciones que propone Chávez quien, de paso, él, o al menos el Estado venezolano (que es superior a él), ha suscrito la Carta Democrática que lo obliga a cerrar filas en defensa de la democracia. O es que la entrega de dos personas secuestradas permite aceptar, como lo dice el hideputa de Oliver Stone, que el secuestro es arma legítima de guerra.
Bonita falacia: que vivan los secuestros ajenos mientras yo me dedico a la mala producción cinematográfica en medio de la piña colada y las chicas esplendorosas de Beverly Hills.
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Que la marcha del 4 de febrero sea la ocasión para un gran pacto incluyente contra la violencia. No es que la izquierda deba apoyar a Uribe, ni que éste cambie sus ideas. Pero todos podemos coincidir en exigirles a las Farc que terminen las agresiones humanitarias.