Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Continuando con el tema de la ética, es importante recordar que esta no debe confundirse con la religión. Colombia es un país con una marcada tradición judeocristiana; la mayoría de su población se declara, al menos, culturalmente católica, y muchos, creyentes. La religión, sin duda, afecta positivamente el comportamiento de un buen número, pero no podemos desconocer que a otros les sirve para aparentar ser buenas personas, pues para ser una nación tan fervorosa, como sociedad dejamos mucho que desear. Países menos religiosos o más plurales cuentan con indicadores de violencia, transparencia y respeto mucho mejores que los nuestros. Ser religioso no equivale necesariamente a ser ético.
La educación es determinante para convertirnos en buenas personas, pero no porque se enseñe una religión y nos convirtamos todos en fervientes practicantes indiscutiblemente seremos una sociedad más correcta. No existe nada más peligroso para una comunidad que la religión controlada y profesada por personajes oscuros y corruptos. Es justamente la educación la que protege la libertad política de los feligreses al momento de elegir o no al candidato ungido por sus pastores.
Preocupa que en un país constitucionalmente laico las políticas y muchas de las leyes se justifiquen por razones religiosas, y que la religión sea utilizada por los gobernantes para manipularnos. Sin ir muy lejos, es incomprensible que las iglesias estén exentas de pagar impuestos y que discusiones sobre los derechos sexuales y reproductivos, de género y de consumo de sustancias con fines médicos o recreativos siempre estén mediadas y determinadas por las creencias religiosas y no por los derechos constitucionales. No debemos normalizar costumbres como las de muchos dirigentes que, constantemente en sus intervenciones públicas, le piden a Dios que los ayude a gobernar. Si lo admitimos, tal vez debería laIglesia ser garante si el gobernante termina siendo un ladrón.
La religión permea tanto nuestra sociedad que casi sin darnos cuenta se impone, a veces sin notarlo y muchas otras de manera intencionada en las instituciones del país. En un país laico como Colombia, aunque nos cueste aceptar que lo sea, los debates sobre legalidad, política y ética deberían basarse en la Constitución, que es la única garante de la igualdad y de la libertad de cultos, y no en una determinada creencia religiosa que descalifica a las otras confesiones o a los no creyentes.
Lo malo no es la religión en sí, bienvenidos los que creen. Lo complicado es que en Colombia está tan culturalmente arraigada, que se siente normal hacerla obligatoria y se espera que todos la profesen o aparenten hacerlo. La religión y la espiritualidad deben ser un asunto absolutamente familiar y personal, no nacional. Cada cual puede creer lo que quiera y practicar el culto que más se acerque a sus convicciones, o ninguno. Si ser creyente lo hace a uno feliz, lo tranquiliza y además contribuye a que sea una mejor persona, fabuloso; lo que es completamente irrespetuoso es pretender imponer nuestras creencias a los demás. Eso es justamente lo que se hace al permitir que la religión sea parte de las decisiones políticas y legales. Crean o no crean, pero por favor respetemos el credo de cada cual y no permitamos que una religión nos convierta en una nación fundamentalista.
