La pandemia y el gobierno más mediocre de la historia moderna del país dejaron un fin de año lleno de problemas económicos y sociales, tales como una inflación casi del 6 %, el dólar arriba de $4.000, el Eln fortalecido y atentando contra la población, la inseguridad rampante, el desempleo bajando poco (particularmente el femenino) y una crisis educativa sin precedentes. Esto nos obliga, en este año electoral, a salir a votar y a hacerlo bien.
En marzo serán las elecciones legislativas y, como se sabe, no existe una institución más desprestigiada que el Congreso. Merecida imagen, pues llevamos años eligiendo personajes que solo representan los intereses de pocos, mantienen las malas mañas de la política promueven el clientelismo y la corrupción, y en últimas negocian el bienestar de los colombianos. La responsabilidad de esto la tienen, ante todo, quienes pudiendo votar a conciencia no lo hacen por pereza, cansancio o desencanto. Afortunadamente existen congresistas de una amplia gama de partidos que han dado batallas campales (no todas perdidas) contra esos dinosaurios. Por su demostrado talante y la experiencia ya ganada, representantes como Catalina Ortiz, Juan Fernando Reyes Kuri, Gabriel Santos y Carlos Ardila, por mencionar algunos, deben ser reelegidos si queremos lograr una verdadera renovación.
Así mismo, surgen caras nuevas (muchas de ellas conocidas) que decidieron incursionar en la política y buscan, por lo pronto en sus discursos, derrotar a aquellos que tanto daño le han hecho al Congreso y al país. Sorprenden gratamente en su totalidad las listas del Nuevo Liberalismo, presididas por Mábel Lara y Julita Miranda, y otros candidatos que por fortuna se encuentran en listas abiertas (porque algunos de sus colegas dejan mucho que desear), como Humberto de la Calle, Angélica Lozano, David Luna, Katherine Miranda y Diana Rodríguez (heredera del trabajo de Juanita Goebertus), todos con trayectorias profesionales donde han demostrado ser personas correctas.
Evidentemente su probidad y los éxitos obtenidos no garantizan que serán buenos congresistas. Sin embargo, la decencia es un requisito fundamental para lograrlo. En Colombia, esa exigencia, que debería ser lo mínimo, es un lujo. No es extraño que muchos votemos sólo por eso, pero en estas condiciones se justifica, si queremos que el Congreso cambie y cumpla su verdadera función.
Y ya que contamos con caras buenas conocidas y buenas por conocer, podemos elegirlos como debería ser, por sus posiciones en temas fundamentales como el aborto, los derechos de la población LGBTI, la legalización de las drogas, la fumigación con glifosato, el fracking, el derecho a vivir y morir dignamente, el mejoramiento de la educación pública, el sistema pensional, la implementación del Acuerdo de Paz, el libre mercado regulado, y todos aquellos temas cruciales para el futuro de Colombia. No olviden que las maquinarias que eligen a los de siempre seguirán operando, y si los que podemos votar a conciencia no lo hacemos (especialmente los jóvenes y todos los que estamos hastiados), será imposible hacerles un verdadero contrapeso. Solo así, asistiendo a las urnas, votando bien, por gente correcta, podremos tener en el Congreso a verdaderos representantes que lideren el direccionamiento y desarrollo del país.