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Ciudad infernal

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Isabel Segovia
24 de agosto de 2022 - 05:30 a. m.
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Para los colombianos, Bogotá es el centro del poder, una ciudad pujante donde surgen la mayoría de las oportunidades laborales y económicas, además de ser el polo cultural más importante del país. Paradójicamente, también es el peor vividero. Insegura como ninguna (tal vez Cali es la única que le compite en ese frente), con la peor movilidad no sólo de Colombia sino de las grandes urbes mundiales y sin la infraestructura necesaria para disfrutarla. Por todo esto, sus habitantes viven cansados y frustrados, y muchos se han convertido en seres agresivos y desmotivados.

Lo escrito recientemente por una señora en alguna red social la describe perfectamente. Iba en un taxi y, cuando se encontraba a tres cuadras de su destino, la aplicación de tráfico anunció que llegaría a su domicilio en 42 minutos. El taxista decidió estacionar y acompañarla a pie. Claro, además de no poder llevarla, debía escoltarla, porque gracias a la rampante inseguridad caminar sola tampoco era opción. Los bogotanos dedicamos gran parte de nuestras vidas a narrar y escuchar anécdotas, casi inverosímiles, producto de la inseguridad y del horrible tráfico que enfrentamos a diario. Los privilegiados prefieren encerrarse, mientras que los menos afortunados deben demorar más de dos horas por trayecto a sus trabajos o lugares de estudio, cuidándose de ser robados, heridos o asesinados.

Nos hemos acostumbrado a esta situación, a todas luces anormal. Por razones de trabajo pasé varias semanas en Buenos Aires y me queda claro que, aunque dejó de ser la gran ciudad europea que alguna vez fue, allá se vive muchísimo mejor que en Bogotá. Para quienes todavía creen que Argentina es el país próspero que toda Latinoamérica envidiaba, tristemente se debe reconocer que dejó de serlo hace varias décadas. Los argentinos viven una crisis económica que cada día los debilita más. Sus índices de pobreza ya son iguales a los de la mayoría de los países de la región y no se vislumbra una salida a esta situación en el futuro próximo. Sin embargo, Buenos Aires, aunque no se escapa de la inseguridad de las grandes urbes latinoamericanas, con un mínimo de atención es lo suficientemente segura para disfrutarla tranquilamente. Es un gusto caminarla, sus aceras son anchas y limpias. El transporte público es eficiente y rápido. El tráfico, aunque difícil a algunas horas del día, no tiene nada que envidiarle al de Bogotá. La ciudad está llena de vida de día y de noche. Los niños caminan solos a sus colegios, los jóvenes hacen deporte en los espacios destinados para tal fin, que son múltiples, y en la noche la ciudad vibra, ofrece múltiples escenarios culturales y salir a disfrutarla es un placer.

Regresar de Buenos Aires, o de casi cualquier otra ciudad, impacta. Pedirle a la gente que se vaya si no le gusta Bogotá es tan equivocado como lo que hacen nuestros gobernantes cuando ya no saben qué más decir para justificar la pésima calidad de vida. Para nuestra alcaldesa, si los niños se demoran mucho en llegar a sus colegios, es porque los matricularon muy lejos; si le roban el celular, es porque lo sacó en la calle; si las salidas de Bogotá se taponan más que siempre, es culpa del alcalde del municipio vecino; si no le gusta el trancón, venda el carro. Y mientras tanto, nuestra linda capital se convirtió en un infierno, que sólo empeora y del que nadie responde.

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