En estos días, varios estamos cumpliendo los 40 días de encierro y sentimos lo que significa estar en cuarentena. No hemos salido de casa, no hemos tenido interacción laboral o social presencial más allá de los encuentros distantes con desconocidos en las tiendas y con los vecinos en los edificios, e irónicamente los que tenemos la fortuna de estar acompañados tratamos de mantener los espacios propios que se diluyen al no salir de casa.
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En estos días, varios estamos cumpliendo los 40 días de encierro y sentimos lo que significa estar en cuarentena. No hemos salido de casa, no hemos tenido interacción laboral o social presencial más allá de los encuentros distantes con desconocidos en las tiendas y con los vecinos en los edificios, e irónicamente los que tenemos la fortuna de estar acompañados tratamos de mantener los espacios propios que se diluyen al no salir de casa.
Sociológicamente la experiencia es interesante. Los roles han cambiado. Nos hemos visto obligados a ver todo desde otro ángulo y asumir responsabilidades de diferentes tipos y dimensiones. Estamos reconociéndonos. La rutina cambió y con ella, los problemas. Mantener la casa limpia y ordenada se volvió prioridad, por ser el único sitio que habitamos; acompañar a nuestros hijos en sus procesos educativos y en sus momentos de ocio y diversión ya no es opcional, y para todos sobrevivir económicamente se convirtió en un nuevo reto.
La cuarentena también nos ha evidenciado con más fuerza que nunca la necesidad de trabajar por una sociedad mas igualitaria y empática. Todos sufrimos. Las personas que deben buscar su sustento diario necesitan ayuda para sobrevivir; las empresas también, pues si se quiebran y los empleos se pierden, las repercusiones sociales y económicas serán inmensas. Nada sacamos con separar el mundo entre unos y otros, como si unos fueran buenos y otros malos; este es el momento justo para ser solidarios. El Gobierno debe apoyarlos a todos, y todos debemos contribuir de alguna manera.
Ha sido duro, seguirá siéndolo por mucho tiempo y no saber hasta cuándo lo hace más difícil. Seguramente pasaremos a etapas de menor encierro, pero lo que no volverá en mucho tiempo serán las interacciones sociales que son una característica intrínseca del ser humano. Algunos somos afortunados porque contamos con la virtualidad para seguir relacionándonos laboral y socialmente. No es lo mismo, pero es algo. Si pensamos en la cantidad de familias colombianas que tienen poca o ninguna conectividad ni computadores, las consecuencias negativas del encierro se acentuarán mucho más. Se debe utilizar parte de los recursos destinados a atender la emergencia en proveer a todos de conectividad y facilitar el acceso a la tecnología. Estaremos encerrados o semiencerrados mucho tiempo, por ello es imperativo resolver rápidamente esta inequidad.
La virtualidad agota, porque a través de una pantalla no se pueden observar ni sentir otras formas de comunicación que utilizamos, como el lenguaje corporal, las expresiones que no abarca una pantalla y hasta los olores. Los adultos tenemos capacidades emocionales para lograr sobrellevar esta situación; sin embargo, es hora de reflexionar sobre el impacto que tendrá este momento en los niños y jóvenes que se encuentran en la etapa de sus vidas cuando el contacto, las interacciones y el manejo de las emociones son fundamentales para su crecimiento. Adicional a la conectividad, es urgente también generar una política para que los niños puedan salir e interactuar responsablemente. Al final de todo esto, lo menos grave será que sus procesos académicos se hayan interrumpido, porque esos se podrán recuperar. Lo que será muy difícil remediar son los problemas emocionales y sociales que el encierro produzca en su proceso de desarrollo.