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Hoy es evidente la tragedia educativa que la pandemia generó en los niños en edad escolar. Por fortuna, a raíz del llamado de la sociedad civil, muy lentamente se han empezado a reabrir los colegios. Sin embargo, existe otra gran catástrofe todavía oculta: la de los niños entre cero y cinco años, quienes llevan también un año desatendidos y las instituciones responsables nada que arrancan (a excepción de la Secretaría de Integración Social de Bogotá, que comenzó su proceso de reapertura a mediados de febrero).
A pesar de los excelentes resultados del pilotaje realizado entre octubre y diciembre del 2020, inexplicablemente los programas para la primera infancia del ICBF y otros, como Buen Comienzo en Medellín, siguen cerrados, perjudicando a 2,2 millones de niños. Estos servicios los proveen operadores con amplia experiencia, que no se han vuelto a contratar por razones técnicas o políticas; en este momento tan crítico, el ICBF decidió cambiar la plataforma de inscripción, dejando por fuera a varias instituciones con amplia experiencia, y el alcalde de Medellín, al parecer, quiso escoger a dedo a los contratistas.
Mientras tanto, las madres se han visto obligadas a renunciar a sus trabajos o a dejar a sus hijos al cuidado de manos inexpertas. El programa implementado por el ICBF durante la pandemia (Mis Manos te Enseñan) realiza llamadas telefónicas a las familias, que muchas veces no las pueden atender por las múltiples ocupaciones de los padres o porque el dispositivo móvil generalmente está en manos del niño más grande, que también está tratando de hacer alguna labor escolar. El mercado que mandan mensualmente (de $80.000 por niño) ahora lo consume toda la familia, y al no realizarse el año pasado el registro de peso y talla ni exigirles a las familias la tabla de vacunación, no se conoce en qué condición se encuentran estos menores de edad ni qué riesgos están corriendo.
Es urgente reactivar estos servicios y levantar las restricciones para atenderlos pues, a diferencia de lo pensado al inicio de la pandemia, el COVID-19 no afecta a los menores de cinco años como otras enfermedades respiratorias. La evidencia, ampliamente documentada, demuestra que entre más pequeños, menos probabilidades tienen de contraer el virus; si se contagian, en la mayoría de los casos son asintomáticos o muestran síntomas leves y no propagan el virus más que los adultos.
Por esta razón, es necesario sopesar los riesgos y definir qué es mejor para nuestros niños. Los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo integral; en esa etapa se generan las conexiones neuronales para lograr una vida física y mentalmente saludable. Sin la correcta estimulación, aparecen problemas en el desarrollo imposibles de reparar en el futuro. Adicionalmente, los centros infantiles son más que un lugar para aprender, son espacios protectores y proveedores de oportunidades, no sólo para los niños sino para la comunidad.
Es urgente, entonces, que la primera infancia vuelva a la presencialidad, ojalá todos los días y sin restricciones de edad. Esta decisión tiene además un efecto colateral positivo y es el regreso de las madres al mercado laboral. Estamos tarde y cada vez será más difícil recuperar el tiempo perdido. Evitemos que el programa De Cero a Siempre desparezca. Manos a la obra, #LaEducaciónPresencialEsVital.
