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Desde la barrera

Isabel Segovia

14 de diciembre de 2022 - 12:00 a. m.

Siempre me ha gustado el fútbol, pues crecí en una casa donde todos: papá, mamá y hermanos, lo disfrutamos. Aprendí de mi mamá que no es un deporte exclusivo para los hombres, aunque, obvio, ella lo aprendió de su padre y de sus hermanos. A ella y a mí nos fascina, por lo divertido que es y por la pasión que genera; o quizá, dirán algunos, por la gran influencia masculina en nuestras vidas, ver buen fútbol nos da gusto. Sin embargo, desde la emoción que me generó en 1982 Naranjito, hasta Rusia 2018, no recuerdo haber tenido tan poco entusiasmo por un Mundial. Asumo que se debió a una combinación de factores: el momento del año, el que Colombia no estaría, los horarios y Catar. Confieso que incluso en algún momento me dio algo de tranquilidad el que no clasificáramos, pues así no me vería forzada a presenciar un evento que me generaba varias contradicciones.

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No obstante, el fútbol me atrapó de nuevo. Poco a poco me reconquistó, y otra vez estoy completamente reconectada. He visto partidos, he sufrido algunos y he interrumpido reuniones de trabajo para ver la repetición de una jugada, para ver cobrar un penalti y para celebrar en la oficina algún triunfo. Muero de ganas por ver los partidos que faltan. De pronto es consecuencia de un Mundial distinto o por simple coincidencia, porque hasta la fecha ha dado resultados atípicos. Habrá algunos conocedores de la historia mundialista que rebatan esta hipótesis, pues estos torneos siempre dan sorpresas: favoritos eliminados en la primera ronda y algunos “forasteros” que se cuelan en los octavos y a veces hasta en los cuartos, pero rara vez pasan a las semifinales. Y es justamente cuando los mundiales suceden fuera de las esferas tradicionales europeas que los resultados, por lo menos a la altura de semifinales, tienden a ser sorpresivos. En el de Japón y Corea del Sur de 2002, a semifinales, como gran sorpresa, pasaron Turquía y Corea del Sur; en el de 2010 de Sudáfrica, después de décadas, Uruguay lo volvió a lograr, y hace cuatro años, en el de Rusia, nos sorprendió Croacia, que esta vez volvió a instalarse en semifinales.

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A pesar de la mafia que controla el deporte, de la cual los dirigentes colombianos tampoco se salvan, el Mundial sigue siendo un evento maravilloso. Incluso en este, que ha estado plagado de controversia por el exceso de recursos invertidos y la horrible historia de muchos de los inmigrantes contratados para construir los estadios, entre otros, Catar terminó siendo el lugar donde finalmente por primera vez en la historia mundialista un país africano clasifica a una semifinal. Lástima que Croacia no quede un poco más al oriente, porque por poco terminan clasificados cuatro países de diferentes continentes, aunque, siendo este último parte de Europa del Este, la diversidad emociona significativamente.

Ojalá estos momentos sirvieran para unir cada vez más al mundo, para entender o por lo menos aceptar nuestras diferencias, pero también para reconocer que existen, como el fútbol, miles de gustos y pasiones que nos acercan. Es una lástima que el espíritu mundialista que nos abruma cada cuatro años no permanezca con nosotros mientras esperamos el siguiente. Esta semana será muy emocionante, sacaré el tiempo y disfrutaré los partidos restantes; de nuevo estaré animando el evento desde la barrera. Gane quien gane este Mundial, como todos los anteriores, lo logró nuevamente.

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