Desgobierno

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Isabel Segovia
15 de noviembre de 2023 - 02:05 a. m.
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Mucho se dice sobre las razones por las cuales el presidente Gustavo Petro no está logrando los resultados propuestos en su gobierno. No es raro que después de un año y medio las cosas no avancen como se espera, aunque normalmente esto toma tiempo y al final tampoco se alcanza todo lo prometido; pero lo cierto es que en lo corrido de este gobierno el progreso es casi nulo. Para los petristas radicales todo se debe a que quienes tradicionalmente han ostentado el poder político y económico hacen hasta lo imposible para torpedear su administración; para otros, menos radicales, la causa es la dificultad administrativa y política para cambiar el rumbo de un país que lleva tantas décadas en el mismo camino; y por último, también se rumora que Petro está enfermo y hasta aseguran que sufre de algunas adicciones que no le permiten asumir su trabajo correctamente. Lo cierto es que este presidente es incumplido y ausente, lo que deja una sensación permanente de desgobierno, donde quienes lo acompañan hacen lo que pueden, y hasta lo que no deben, pues al parecer no tienen capitán.

Sorprendentemente, en Colombia nunca han faltado candidatos a la presidencia, y seguramente muchos de ellos ni se cuestionan las responsabilidades que asumen al ocupar el cargo más importante del país. Sin embargo, me niego a creer que un líder como Gustavo Petro, cuya razón de vida ha sido la política, no lo tuviera claro. Ser una figura pública de alto nivel, y elegida, implica que todo aquello que le impida ejercer su labor, por más íntimo que sea, debe ser de conocimiento público. Es un derecho de los ciudadanos estar al tanto del problema y decidir si el gobernante está apto para desempeñar las obligaciones que el puesto demanda. El presidente de un país no se puede escudar en el derecho a tener una vida privada, si lo que pasa en ella afecta el ejercicio de su cargo. Esa es una prerrogativa a la que se renuncia al asumir ese rol.

Los escándalos sobre las elecciones personales de altos mandatarios en el mundo son múltiples, y de siempre. Por ejemplo, hace unas décadas, Bill Clinton, entonces presidente de los Estados Unidos, protagonizó uno que casi le cuesta el cargo. Su comportamiento fue sin duda reprochable, pues ejerció su poder para inducir a una practicante a suministrarle favores sexuales. Como jefe máximo se convirtió en un ejemplo, y sus electores y contradictores tenían todo el derecho de juzgarlo. Pero más allá de los cuestionamientos éticos y morales que algunos puedan tener en relación con lo sucedido, y aunque el abuso de poder ejercido debió ser sancionado, su capacidad como gobernante no estuvo en ningún momento en entredicho.

Lo que sucede actualmente con el presidente Petro no es lo mismo. No se está cuestionando su comportamiento personal, los colombianos se están preguntado sobre su capacidad de gobernar. Desaparecer durante días, incumplir sus compromisos o asumirlos permanentemente a destiempo no es una cosa menor. Como ser humano tiene derecho a estar deprimido, sobrellevado, enfermo o a sentirse incapaz de ejercer su labor, pero desafortunadamente, como presidente elegido democráticamente, no. Sean cuales sean las razones por las cuales no está cumpliendo con sus obligaciones, las debemos conocer y, con todas las cartas sobre la mesa, decidir cuál debería ser el camino a seguir.

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