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El fenómeno Iván Duque no deja de sorprender. Claramente el uribismo la sacó del estadio eligiéndolo como candidato. Como lo describió un amigo, Duque es un aspirante estelar: joven, carismático, moderado y elocuente, que descresta con poco contenido. Sin embargo, su hoja de vida es como la de cualquier profesional juicioso: abogado de una universidad promedio, con un par de posgrados de universidades de Estados Unidos, buenas, pero no excelentes, y su vida profesional ejercida principalmente en la banca multilateral, fuera del país. El único trabajo en el sector público en Colombia fue una asesoría como contratista en el Ministerio de Hacienda, hace muchos años, y los últimos cuatro los desempeñó como senador elegido de séptimo en la lista cerrada del Centro Democrático al Congreso en el 2014. Seguramente Iván Duque es un buen profesional, pero su hoja de vida, en todo caso, no es la de un posible presidente; nunca ha ejercido un puesto público, en el único cargo electo desempeñado no se eligió él, y por la descripción de las posiciones que ha ocupado parece tener poca experiencia administrativa y de manejo de equipo.
Lo interesante del fenómeno es cómo se ha ido convirtiendo en el candidato prodigio. Mucho más simpático que sus competidores del Centro Democrático y, por su corto pasado político, todavía no tiene cuestionamientos éticos, característica que le sirve mucho al uribismo. Todo lo que hace es magnífico, estelar. Con su elocuencia, responde dos preguntas sencillas sobre economía y se convierte en un verdadero estadista, habla inglés y el electorado se sorprende de su excelente acento y fluidez, y su discurso pausado y claro lo convierte en un candidato moderado; incluso a veces lo hace pasar por un candidato de centro.
Duque, sin duda, es más carismático que sus compañeros de partido, pero comparado con ellos no tiene preparación ni experiencia para ejercer el cargo al que se postula, y la experiencia no se improvisa. Su paso por el Senado solo le dejó buena reputación por juicioso, ya que además de oponerse al proceso de paz, como todos los congresistas de su partido, defendió a capa y espada con argumentos muy flojos los intereses de los ingenios azucareros y a los productores de gaseosas, por encima de la salud de los niños y de los colombianos en general. Para ser declarado estadista le falta mucho trayecto. Hablar bien inglés es útil pero poco relevante a la hora de ejercer un cargo público (les recuerdo que Samuel Moreno hablaba perfecto inglés con muy poco acento) y de centro no tiene sino el nombre de su partido; no se puede olvidar que es el candidato del partido al que, además del senador Uribe, pertenecen José Obdulio, María Fernanda Cabal, Popeye, Fernando Londoño y Alejandro Ordóñez. Difícil estar más a la derecha.
Uribe tiene sus votos claros, es un verdadero fenómeno electoral y Colombia es un país de derecha. Pero él sabe que necesita unos más para poder ganar y los está asegurando con los de aquellos uribistas vergonzantes que encontraron un candidato sin cuestionamientos éticos, ni políticos, moderado y carismático que justifica su voto por Uribe. Justamente en eso radica el éxito de Iván Duque. Para volver a elegir a Uribe están dispuestos a votar por un joven inexperto, que sí sabrá obedecer, pues al perro no lo capan dos veces.
