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¡Qué descanso! Finalmente pasaron las elecciones y, sobre todo, se terminó la manipulación del miedo. La combinación entre la pérdida de control sobre los resultados electorales por parte de los de siempre y la capacidad de mover información en minutos a través de las redes sociales lograron generar un ambiente político nunca visto. Efectivamente, no fue la etapa preelectoral más violenta vivida por nuestro país en los últimos 50 años, pero sin duda fue la más virulenta, embustera e indecente.
Todos los actores involucrados se dedicaron a difundir mentiras, a difamar a sus contrincantes y a propagar miedo. Tan descabellado es lo sucedido que en el periodo entre la primera y la segunda vuelta muchos ciudadanos se convirtieron en acérrimos seguidores, casi fanáticos, de un señor que casi nadie conocía (sólo los santandereanos), que no sabía ni el nombre de los departamentos del país y que estaba dispuesto a insultar y a maltratar a todo aquel que lo interpelara. Sin duda, un fenómeno que sólo el pánico puede justificar. Y aunque algunos pocos siguen buscando asustarnos, sin mucha lógica pues la suerte ya está echada, el país votó sopesando sus miedos, la democracia triunfó y eligió al primer presidente de izquierda en la historia republicana de Colombia.
No lo esperaba, pero confieso que me emocioné. Hace unos pocos años un triunfo de la izquierda y la derrota del uribismo eran impensables. Un voto contundente por la paz. Tomó unos años, pero finalmente se dio; la mayor parte de las regiones apartadas y marginadas ganaron, donde se encuentran los colombianos que han sufrido la guerra y la violencia de verdad. Imposible no estremecerse, aunque sea un poquito, pero, sobre todo, imposible no ver que a gritos, pero de manera decididamente democrática, la gente pide paz, justicia y equidad social.
La prueba que sigue es para todos. Evidentemente para Petro, quien tendrá que demostrar rápidamente que puede unir a un país cuyo 50 % desconfía profundamente de él. Tendrá que combatir los temores que él mismo ayudó a crear y fomentar, mientras le cumple a un electorado conformado por seguidores apasionados que esperan milagros muy pronto. Sin embargo, Petro no podrá solo. Colombia es un país en extremo complejo y si quienes lo han gobernado no participan ayudando o realizando una sana oposición, o por lo menos dejando de estorbar, no será sólo Petro quien fracase, sino la paz, las instituciones y por consiguiente el país. Entonces estaremos peor de lo que estamos, que ya es mucho decir.
Mientras a algunos el miedo al futuro en manos de la izquierda los sigue acorralando, desde el primer momento de la esperada debacle tanto los representantes del sector financiero como los de la empresa privada mostraron su voluntad de acercarse. A los partidos considerados de centro afortunadamente les ha seguido lo más rancio de la política tradicional expresando su voluntad de hablar para sumarse a un acuerdo nacional, incluyendo al Partido Conservador, a la U e incluso al expresidente Uribe. Si la tan anhelada unión no se hace a cambio de prebendas, como ha ocurrido en el pasado, se logrará terminar de desmontar la horrible campaña de difusión de temor y Colombia podrá seguir hacia adelante.
