Hace poco más de cuatro años escribí una columna titulada “El candidato estelar”, en la que trataba de explicar que el éxito electoral del entonces recién aparecido Iván Duque se debía únicamente a las circunstancias, a encontrarse en el lugar adecuado en el momento oportuno. Planteé que su hoja de vida hasta el momento no era la de un posible presidente, que nunca había ocupado un puesto público y que en el único cargo electo desempeñado ni siquiera se había hecho elegir él. Además, concluí que, por la descripción de los empleos ejercidos, parecía tener poca experiencia administrativa y gerencial. En otras palabras, no contaba con la preparación ni con la experiencia para ser presidente y, como ya sabemos, tan desacertada elección le costó y le costará mucho al país.
En las últimas décadas hemos tenido gobiernos aceptables y otros malos, pero no recuerdo uno tan mediocre y distanciado de la realidad como el de Duque. No sólo fue mal gobernante, sino que, como todo líder limitado e inseguro, se rodeó de aduladores, también inexpertos, que fomentaron su total desconexión y le ayudaron a construir un mundo paralelo en donde fue un estadista sin precedentes, el mejor presidente de los últimos tiempos. Iván Duque miente y se cree sus delirios.
Le habla al país y al mundo como el mayor promotor de la paz, cuando todos sabemos que fue elegido para hacer trizas el Acuerdo, algo que casi logra. No asistió a la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad, el evento de mayor importancia histórica luego del Acuerdo de Paz, y su torpeza permitió que en la ceremonia terminara como protagonista el nuevo presidente, cuya elección es el símbolo del fracaso del actual Gobierno. Pero, eso sí, sin ruborizarse recibe premios aquí y allá por su gran gestión en la implementación del Acuerdo, incluso ahora que se sospecha que los recursos destinados para tal fin se los feriaron. Se jacta de ser un gran promotor de la sostenibilidad y el medio ambiente, mientras en el país asesinan a líderes ambientales casi a diario, la deforestación aumenta y la institucionalidad ambiental queda deshecha. Sin embargo, por esto también se deja condecorar sin pudor alguno.
Su anunciada lucha contra la corrupción y, sobre todo, contra la “mermelada” de la anterior administración se convirtió en la batalla prosoborno. Los escándalos no cesan: desde los recursos perdidos para conectar a niños y jóvenes que, por la pandemia, estuvieron desescolarizados más de lo necesario, hasta los ya mencionados de la paz. También fomentó el viejo clientelismo que tanto criticó, nombrando y promoviendo la designación de amigos en cargos vitales, sin preparación ni experiencia (como él), a cambio de favores y apoyo, como es el caso de los entes de control.
No sorprenden, entonces, los abucheos que recibió durante su discurso en la posesión del nuevo Congreso y su salida del recinto sin escuchar a la oposición. El respeto no se gana sólo con ostentar el cargo y levantar la voz; toca ejercerlo correctamente, demostrar su capacidad y, sobre todo, no se puede mentir desvergonzadamente ni engañar deliberadamente, como lo hacen los déspotas, sin empatía ni corazón. Ojalá el presidente electo analice con detenimiento a su antecesor y no adquiera esas mañas tan propias del poder, porque no creo que el país pueda soportar otro rey desnudo.