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La inseguridad, el tráfico, las obras que comienzan y nunca terminan, el pésimo estado de la infraestructura vial y peatonal, la suciedad, los cientos de problemas del transporte público, las constantes protestas y la irascibilidad de la población que con cada manifestación destruye por doquier, y, para rematar, el clima y las inundaciones hacen de Bogotá una ciudad difícil de querer y muy dura para el alma. Las urbes en Colombia comparten muchas de estas problemáticas, pero Bogotá, sin duda, las reúne todas y se ha convertido en la capital del infierno.
Como si todo esto no fuera suficiente, ahora debemos sumarle la tragedia en que se ha convertido el ser mujer. Los espantosos episodios de violencia sexual que se han dado a conocer en las últimas semanas: niñas, adolescentes y mujeres abusadas sexualmente, violadas, empaladas y asesinadas, no son actos esporádicos sino habituales, como lo muestran las recientes cifras reveladas por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (15.823 niños, niñas y adolescentes habrían sido abusados sexualmente en Colombia entre enero y septiembre de este año, de los cuales 13.851 fueron casos de niñas, y hubo un aumento del 23 % en los hechos de violencia sexual en comparación con el mismo periodo del 2021, siendo Bogotá la zona del país con más casos). Sin duda alguna, esta insufrible ciudad es el peor vividero del país y, aunque nos cueste admitirlo, de la región.
La degradación de la convivencia llega a tales niveles que es imposible salir de casa y movilizarse sin temor. El miedo controla nuestras vidas y, de un tiempo para acá, si se es mujer o madre o padre de alguna niña la situación es mil veces peor, pues solo provoca encerrarse o encerrarlas, por la apabullante ansiedad que genera exponerse a esta horrible realidad. Los bogotanos, los que nos sentíamos orgullosos de serlo, cada día que pasa perdemos más las esperanzas, puesto que no se proyectan mejoras ni se ven salidas viables a los abrumantes problemas de la ciudad.
No obstante, porque sabemos que se puede vivir diferente, independientemente de las condiciones sociales y económicas de la sociedad, no deberíamos resignarnos a vivir en un entorno cuyos valores se han degradado a tal nivel que robar, violar, torturar y asesinar son acciones normales que hacen parte del paisaje. Habrá quienes afirmen que bien podrían irse los que tienen cómo y a dónde, pero justamente creo que esa es la actitud que en parte nos tiene como estamos, pues en vez de resolver nuestros problemas y asumir lo que nos corresponde, culpamos a los que se niegan a aceptar que vivir así no se debería normalizar.
Los que se pueden y quieren ir se irán y eso no mejorará las condiciones de la mayoría de la población, así como tampoco lo hará el no sacar el celular en la calle, movilizarse en bicicleta con un bate, abrazar las mochilas como si fuesen un bebé en los sitios públicos, blindar los carros, encerrar a nuestros hijos, armarse con gas pimienta, cuchillos o pistolas, y miles de acciones más que implementamos y privaciones a las que nos sometemos espontáneamente o por instrucciones de nuestros gobernantes para protegernos. No nos dejemos confundir, la solución no es vivir en alerta y a la defensiva, sino lograr construir un entorno de convivencia, empatía y solidaridad que nos permita vivir tranquila y cuidadosamente.
