Es difícil abordar el tema del papel de las mujeres en la política sin desprestigiarse, pero necesario para enriquecer la discusión sobre la lucha para lograr una verdadera equidad de género. La sociedad machista en la que vivimos confunde el vencer los obstáculos que enfrentan muchas mujeres preparadas y calificadas para lograr sus objetivos personales y profesionales con elegirlas o aceptar ser escogidas simplemente por la condición de ser mujeres. Sin duda, un hombre seleccionado para un cargo sin las cualidades para asumirlo será juzgado con más benevolencia que una mujer en su misma situación. Sin embargo, la lucha no debe limitarse a defender a quien asume posiciones y funciones sin capacidad para ejercerlas, con el argumento de ser discriminada (solamente) por su género.
El último episodio se presentó la semana pasada con la efímera candidatura de Paola Ochoa como fórmula a la Vicepresidencia de Rodolfo Hernández. Aceptó, justificó su asentimiento y a los dos días renunció. No cabe duda de que los asuntos familiares pesan más en las mujeres que en los hombres a la hora de aceptar un cargo, pero en este caso las circunstancias existían antes de aceptar la designación y su renuncia deja la sensación, más bien, de que se dio cuenta de la vaca loca en la que se había subido, tanto por quien sería su jefe como por su poca preparación.
Del lado opuesto tenemos a Francia Márquez, líder extraordinaria, mujer que ha combatido a capa y espada todas las inequidades de esta sociedad para lograr llegar a donde está. Hecha a pulso, es imposible cuestionar sus cualidades, pero los desplantes y la permanente discriminación que sufre dentro del Pacto Histórico hacen pensar que no fue invitada por sus capacidades y logros sino por ser mujer afro, para cumplir cuotas. Francia no es el único ejemplo. Íngrid Betancourt lo fue para la Coalición Centro Esperanza, y Marta Lucía Ramírez, para el Gobierno actual. La diferencia es que Marta Lucía poco ha hecho por la equidad e Íngrid mostró que no tiene ninguna sensibilidad por el tema. Ser mujer no garantiza no ser machista (como también se demostró con el fallo de la Corte Constitucional sobre el aborto).
Presenciamos también episodios tristes de mujeres utilizadas por el poder político machista. Aida Merlano se entrega política y personalmente a ese repugnante entorno, pero cuando decide revelar su situación se ignoran sus denuncias y es tildada de histérica y resentida (esto nunca se le diría a un hombre). Al otro lado encontramos a Katia Nule de Char, esposa devota a su familia, que perdona las infidelidades de su marido, actitud que a nadie le debería importar, excepto porque lo hace públicamente y se usa como instrumento político. Se justificó, pidió respeto (cuando quien la menospreció fue su esposo) y se mostró víctima de una mujer “histérica y resentida”, tal y como lo haría una dama, pero del siglo XIV.
Existen mujeres extraordinarias haciendo política en este país, que no sólo están preparadas para ejercer sus cargos sino que además han enfrentado el machismo con audacia y dignidad, abriendo paso a otras, luchando contra la inequidad. No obstante, los acontecimientos muestran que en política falta mucho para lograr una verdadera equidad. No basta con identificar qué debemos combatir sino cómo, pues en las formas se pierden grandes batallas.